CONFESIONES DESDE EL TÁLAMO
ROSA Y EL TAXISTA
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Las ilusiones se me vinieron abajo
cuando supe que Rosa había visitado en
la cárcel a Ramón, por un instante sentí que los sentimientos de mi amiga jamás
cambiarían respecto a este hombre que bien poco la valoraba como persona. Si
Ramón chistaba, allí estaba Rosa, bajo sus pies, suplicándole, mendigándole amor,
a este ser que no es más que un maltratador, sin el menor respeto por ella y
por la hija de ambos, pero nada podía hacer que no fuese aconsejarla, y bien se
sabe que los consejos en estas
circunstancias no son escuchados para nada, porque el sujeto que debe escucharlo
lo ignora, y por otra parte, por mi implicación sentimental con ella, no era la
persona más indicada para recomendarle esto, lo otro, o aquello.
Así que viendo que Rosa no
estaba dispuesta a terminar con Ramón, no me quedó más remedio que darle mi
último y directo concejo. En la siguiente mañana la espere, estaba decidido a
expresarle mis profundas emociones hacia ella, pero sobre todo, que abriese de
una vez los ojos respecto a Ramón.
El amanecer llegó con
temperaturas más bajas, la mañana amenazaba con ser demasiada fría, mucho más
fría que las anteriores mañanas en que nos encontrábamos para llegar a la
parada de auto-bus. Mis manos tiritaban, y por mucho que me afanaba, no
encontraba una manera lógica para calentarlas mientras esperaba la llegada de
mi amiga, pero aun así, a pesar del propio tiempo, no estaba dispuesto a
claudicar, hablaría con ella aunque el mayor de los glaciares quedase instaurado
como un sólido muro entre los dos.
A la hora indicada la puerta
de la casa de Rosa se abrió. Apareció desde el umbral de la misma con un semblante
sereno, una bella silueta que nunca antes había contemplado salió de la
oscuridad del pasillo.
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¡Buenos días! –me dijo, y concluyó su saludo mañanero con un delicado beso que
me depositó en la mejilla.
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¡Buenos días Rosa! –le dije sorprendido por su inesperada reacción.
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¡La mañana está demasiado fría! --dijo mirando al cielo-- ¡Hoy la visita para
estar con mi hija será dentro de dos horas, me gustaría dar un paseo antes, y
me gustaría que me acompañase, si puedes claro!
Esta vez Rosa me miró a los
ojos y esperó con su mirada fija a la mía una respuesta positiva. Qué podía
hacer que no fuese decirle que sí.
__
¡Naturalmente Rosa, hoy yo también entro más tarde en la universidad!
Le dije sabiendo de ante mano
que mentía, que mis clases comenzaban a la hora de siempre, pero ante esta insólita
coyuntura no me podía negar.
__
¿Hacia dónde vamos? –me preguntó inocentemente.
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¡Conozco un parque que está cerca de la ruta que hacen nuestros autobuses!
__
¡Vamos, hace mucho que no me siento en un banco de parque, me gustaría!
Y sin decir nada más, me tomó
del brazo y caminamos juntos hacia lo desconocido, al menos era lo que yo
sentía, porque el comportamiento de Rosa me dejó sin aliento, se me perdieron
las palabras, las ideas, y los propios movimientos corporales, pero las manos
de Rosas aferradas a mi brazo me condujeron por el camino señalado.
Continuará………………….
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