PERFIL DE UN PSICO-DÉLICO
Después de infructuosos intentos y de
no sacar nada en claro en anteriores tentativas, lo he vuelto a hacer, y no
crean que me ha sido del todo fácil; me lo he pensado con detenimiento, mucho
esfuerzo he tenido que invertir para no terminar echándome hacia atrás en el
último instante. ¡Sí entrañables amigos y amigas, esta madrugada, me he dejado
caer, por casualidad y sin ánimo de lucro, por el espejo que estratégicamente he
colocado en una de las paredes de la habitación donde me siento a escribir, y
me quedé, como diría uno de mis profesores de antaño, anonadado!
Y para ello he utilizado mi
mejor perfil. Sobre la mesa-escritorio el ordenador, frente al mismo, el que
suscribe, y al costado izquierdo (mi lado más humano), el persistente espejo
que ni por un segundo deja de mirarme. Se preguntarán cómo es que llego a afirmar
que el espejo no me quita la vista de encima; pues muy sencillo, antes de tomar
la decisión de colocarlo en la habitación en la que escribo, se hallaba cumpliendo
un merecido castigo en el trastero con su mirada de azogue vuelta hacia la pared
para que no se metiese en las intimidades de nadie; porque un día, sin venir a
cuentas, me desafió nada más pasar por su lado y lo que vi reflejado en el
mismo no me gustó ni una pizca. De lo sucedido hace ya demasiado tiempo. Franqueaba
el pasillo que da hacia la cocina, y del cuarto de baño un destello se clavó de
lleno en mi cara, ¡naturalmente!, no podía ser otro que el maldito espejo, me
estaba guillando un ojo el muy condenado (lo de condenado es por el castigo que
le impuse) y en su propia cara le cerré la puerta. Y como mi debilidad roza lo insospechado,
terminé perdonándole.
Pasaron cuantiosas situaciones
entre él y yo, pero los años vividos me han hecho en parte sabio para percibir
que chapotear en el pasado con ínfulas de ejecutor conduce literalmente a un
suicidio mal avenido, y he optado por dejar las cosas donde están, y sacar del
cuarto del olvido al espejo y darle una segunda oportunidad, para que mis madrugadas
ante el papel que emborrono no sean del todo blancas.
He de confesarles que el
espejo termina mirándome porque yo, con anterioridad y de soslayo, como el que
no quiere las cosas, lo he mirado primero; ya sé que no está bien de mi parte
después de lo que ha reflejado reiteradamente sin mi permiso sobre persona en
su inconsciente espejismo; una visión muy particular de su parte, yo diría que
hasta radical, sesgada, y deliberada porque yo no soy así. El maldito espejo he
de decir que se pasa de caprichoso. Para que me comprendan con mayor claridad
comenzaré por el principio.
Respecto a mi físico no
termina poniéndose de acuerdo. Un día hace de mi piel un lago traslúcido y otro
un pozo petrolífero donde simples sombras refleja. ¿No sé de dónde saca tanta
información para afirman con la boca llena que soy blanco como la leche cuando
le viene en ganas o mestizo con aromas de África cuando los cables se le
cruzan? ¡El muy hijo de……! Si lo que
quiere es verme rabiar. Ha hecho de mi piel una amalgama de colores dependiendo
del día, de las circunstancias, y hasta de su estado de ánimo, y yo me opongo,
reniego de ello porque yo soy……., yo soy……., bueno, soy como mi madre me parió
(rectifico, soy cesáreo) y no hay más que hablar aunque el repugnante se invente
historias de países lejanos y de potenciales “razas”. Y hablo del color de la
piel para no referirme al aspecto físico en concreto. Afirma que mi nariz es
insegura como clítoris de dromedaria, y que mis orejas pueden dedicarse a la
aeronáutica sin tener que asegurarlas por ello porque son aladas y seguras como
halcón peregrino. Mi frente es……. ¡desgraciado, mal nacido, hijo de la
discordia!, no te metas con mi frente porque es síntoma de exceso de
testosterona y de inteligencia en extremo y puedo hacer de ti un guiñapo si no
te muestras condescendiente. Ya de las carnes, ni hablar, no me voy a referir a
las mismas porque el desgraciado es un desvirtuado de la realidad y un
empedernido provocador que espera que me desnude ante él para sacar su risa
socarrona y con sus dimensiones expandidas a todo lo largo y ancho de la
habitación afirmar con desidia: Te lo he advertido.
Mens sana in corpore sano. ¡Maldito, maldito, maldito, y mil veces más maldito!
¡Yo hago deportes, me entreno, corro (running, que está de moda), salto,
cabalgo sobre mullidos colchones y practico el ajedrez como cualquier hijo de
vecino los fines de años y festivos alternos!
Lo del aspecto físico me lleva
por la calle de la amargura, y me repatea hasta los intestinos, pero lo que no
puedo permitirle, lo que no le perdonaré jamás si no se enmienda, es su
libertina opinión sobre mi contenido interior, sobre mis más profundas y
sensoriales sensaciones; los sentimientos, las emociones, el discernir y el
sentir. Él no es nadie para venir de buenas a primera y sentenciar lo evidente
y ya formado. Yo soy, como dice mi abuela, una caja de sorpresa con
inclinaciones al pandorismo, y si se me agita en demasía o se me lleva la
contraria exploto, salto en mil pedazos y……., no puedo continuar escribiendo.......,
¡lo siento……! (este texto debe interpretarse como si se leyese en voz muy tenue
para no ser escuchado)…….el maldito espejo ahora mismo me está mirando con esos
ojos de sabelotodo y se ríe en mi propia cara. Creo que nuestra amistad va
durar lo justo y necesaria para terminar este escrito. ¡Desgraciado…….! (de la
nada misma un zapato se hizo efectivo y en una perfecta parábola hacía la
pared, la izquierda pared, la de mi humano perfil, se empotró de lleno en la
misma y una lluvia de diminutos cristalitos, cual fuego artificial, terminaron
precipitándose sobre el teclado de mi ordenador)
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