" HISTORIAS ESPIRITUALES " El Tío-abuelo (capitulo II y final)

Los encuentros de cada domingo con el tío-abuelo eran sagrados desde hacía muchos años, posiblemente los mismos que llevaba su foto en la pared de la habitación de la abuela. Tantos encuentros, que mis cortos años no pueden recordar. Llegaba siempre después del desayuno, y mi abuela lo esperaba siempre con una taza de café bien caliente. Ella no le preguntaba si quería, y él, tomaba en sus manos el café sin responder palabra alguna. Siempre era el mismo ritual. Dejaba la guitarra sobre la cama y se sentaba en el sillón de balancín con su taza humeante. Colocaba la vasija sobre el pequeño plato, y con su mano blanca, tan blanca como su ropa, la trasladaba a sus labios. El primer sorbo lo consumía lentamente, y después dejaba la taza sobre la mesita para terminarlo más tarde, sin prisa. Mi tío no era un hombre de costumbre, pero la mañana del domingo para él no poseía variación, sería en todo caso un pecado.
Recuerdo que no me perdía detalle de cada uno de sus movimientos. Después, con los años, cada recuerdo gravado me fue muy útil en la vida. Entre mi abuela y mi tío las palabras eran pocas,  se comunicaban con la mirada. Ella, cada domingo, se sentaba en la cama junto al sillón, y lo tomaba por la mano, y con voz imperceptible le decía lo necesario, ni una palabra de más. Cuando todo estaba dicho, mi tío-abuelo dejaba ver una pequeña sonrisa de complicidad, y con su mano izquierda acariciaba la mejilla de mi abuela. Entonces, solamente entonces, la abuela le decía-- .¡Voy hasta la cocina!--. Y se marchaba susurrando una melodía. El tío-abuelo se giraba hacía la cama, y abriendo los cierres del estuche, dejaba la guitarra lista y desnuda. La tomaba en sus brazos, y comenzaba el recital.
El domingo que les cuento, lo tengo gravado en la memoria. La noche anterior dormí en la casa de la vecina, porque mi abuela tenía que hacer una visita y llegaría muy tarde. Desperté más tarde de lo normal, y sin decirle nada a la vecina, me marché a mi casa porque era el día de la visita del tío-abuelo. Entré por el salón en dirección a la habitación, y desde el pasillo, escuché una melodía. El tío--abuelo había llegado, y yo, por primera vez no lo esperé en el balcón. La abuela estaba acostada, y en el sillón el tío cantaba una canción, pero sin la guitarra. Me quedé junto a la puerta, y lo primero que busqué con la mirada fue la mesita, y sobre ella no estaba la taza con el café humeante. La abuela desde la cama, levantó la mirada hacia mí y me dijo-- ¡Ven, acuéstate conmigo! --. Me eché a su lado, y entre sus manos tenía la foto del tío que estaba en la pared. No sabía lo que pasaba. Miré al tío, y sonriéndome dejó que la música hablara. Era la primera vez que cantaba ese bolero, para mi abuela y para mí. El nombre del bolero es, "contigo en la distancia".  

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