" EL PRIMER AMOR DE LA ABUELA NENA " ( CAPÍTULO XXXV )
“EL MAR “(El comienzo)
En esta ocasión no voy a dar rodeos porque la historia del niño y
su madre, con los años que han pasado, aún la llevo entre mis más cercanos
recuerdos, y no quiero dejar que caiga en el olvido por culpa de mis infinitos
años. ¡Deseo que vosotros sean parte de ella!
El sonido
del metal hace milagros. Dos puertas antes de llegar al final del pasillo de
los camarotes y a mano derecha, se escuchó una voz que se escapaba al exterior
al pasar por el umbral de la misma:
__ ¡Soy médico! ¿Quién necesita un médico?
El milagro
que esperaba mi madre se hizo realidad. El chocar de las monedas al viento, cual
campanas redoblando llamando a misa, puso en alerta la conciencia pecadora del
galeno que necesitaba ser confesada. Y que mejor confesión que acudir al
llamado del metal.
__ ¿Es usted doctor?—le preguntó mi madre.
__ ¡Sí señorita! ¿Es usted la enferma?
__ ¡No! ¡Es un niño que viaja con su madre y está ardiendo en
fiebres!—afirmó mi madre.
__ ¿En que camarote están?—inquirió el doctor con decisión.
__ ¡No viajan en camarotes! ¡Viajan en la cubierta del barco!
¡Acérquese, mire, están allí entre ese grupo de personas que los rodean!
__ ¡No puedo, las normas...........!— vaciló el médico.
__ ¿Qué normas doctor? ¿De que normas me habla usted?
__ ¡No puedo llegar hasta ellos..............estoy de viaje con mi
esposa y mis hijos..................!
__ ¡........y no se puede mezclar con “esa clase”!—se lo dijo
mirándole a los ojos.
__ ¡No............. quería decir........que soy
médico.............!
__ ¿Es médico de qué? ¿De animales, o no tiene entre sus pacientes
a “animales”?
__ ¡No señorita........., pensaba que era usted la que necesitaba
ayuda................., por eso salí..................!
Mi madre
retuvo la respiración. Bajó la cabeza apoyando la barbilla contra su pecho, y
con los ojos húmedos pero centellantes, le respondió.
__ ¡Mi querido doctor, yo también viajo en la cubierta del barco,
no tengo camarote!
__ ¡.........................!—el médico se quedó sin palabras.
__ ¡Pero mire, ve esta bolsa, dentro hay monedas de plata, muchas,
muchas monedas deseosas por cambiar de dueño!—le contestó mi madre con la
seguridad de una consagrada actriz.
__ ¡Por esta vez............., haré una excepción! ¡Y lo hago por usted
señorita que tiene una educación que me ha convencido.............!
__ ¡Menos palabras doctor que el niño lo necesita!—concluyó mi
madre.
__ ¡Mis honorarios.........!
__ ¡Si le salva la vida a esa pequeña criatura de dios, toda la
bolsa será suya!
__ ¡Es que..................!
__ ¿Es que le parecen pocas monedas?—dijo mi madre.
__ ¡No! ¡No, para nada! ¡Es que la vida del niño está en las manos de
Dios......................!
__ ¡¡Y AHORA EN LAS SUYAS DOCTOR, VERÁ LO QUE USTED HACE!!—- y sin
pausa, continuó con mayor fuerza--- ¡¡Y EN MARCHA, QUE LAS PALABRAS SOBRAN!!—la
voz retumbó en todo el pasillo.
Ni el médico
ni mi madre sintieron los pasos del hombre que llegó junto a ellos. Se dieron
cuenta cuando escucharon la potente voz que se adueñó de la noche. Detrás de mi
madre, en sus espaldas, el robusto hombre de campo se plantó. Era mi padre, que
llegó en silencio, pero en el instante justo para escuchar toda la conversación
que mi madre sostenía con el doctor.
__ ¡Esperen, voy por mi maletín!—dijo el médico entrando en su
camarote.
__ ¡Gracias caballero por su ayuda!— dirigiéndose a mi padre.
__ ¡Algo había que hacer, y usted tomó la primera decisión! ¡Es
usted muy valiente señorita Medea!
__ ¡Rosario! ¡Mi nombre es Rosario! ¡Medea es el personaje de la
obra teatral! –- contestó mi madre.
__ ¡Hasta este momento no se había presentado......!
__ ¡Me llamo Rosario Valido.............García!
__ ¿García?--- respondió mi padre sorprendido.
__ ¡Si García, como usted caballero!--- afirmó mi madre.
__ ¡No le parece que es una coincidencia interesante
señorita.........Rosario!
__ ¡Sin duda caballero.............!
__ ¡Estoy listo, veamos al niño!--- dijo el médico saliendo del
camarote con el maletín en la mano.
__ ¡Sígame por favor!--- no dijo nada más mi madre y se dirigió a
las escaleras.
Delante mi
madre, le seguía el médico, que con el rabo del ojo no perdía de vista a mi
padre que lo llevaba casi pegado a sus espaldas. Los tres tomaron las escaleras
en una coreografía perfecta. Sin perder minuto alguno, llegaron a cubierta y
entre la multitud adormecida, se fueron abriendo paso hasta llegar a los pies
de la mujer y su hijo enfermo. Mucho le costó a mi madre encontrar un médico,
pero al final lo logró. Ahora lo importante es el niño, aunque los sueños de mi
madre están muy cerca de echar a volar.
No eran
buenos tiempos. ¿Podemos afirmar sin equivocarnos cuál es el mejor tiempo?
¿Este en el que estamos viviendo? ¡No lo se, pero en todo caso, el tiempo es el
mismo, que sin hacer una pausa, continua su camino con la misma constancia de
siempre! ¡Nosotros somos los que cambiamos! ¡Para bien, o para mal de los
demás! ¡No quiero seguir filosofando, estoy muy cansada! ¡Ahora me voy hacer
una infusión muy caliente, y voy a sentarme en la mecedora del patio a esperar
que llegue la noche! ¡Hasta pronto mis queridos nietos!
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