-- UNAS PALABRAS PARA NUESTRA KENIA –
Hoy quince de noviembre de
este año 2012 ha muerto mi perra Kenia a las nueve y cuarenta y siete minutos
de la mañana. Dejó de respirar y su mirada se fijó en la pared con insistencia.
¡Sus pensamientos quedaron congelados! No es mi costumbre referirme a estos
temas personales en el blog pero creo que tengo la obligación moral de hacerlo.
Es un sentimiento devastador que experimentamos toda la familia. ¡Quiero que
estas sencillas palabras se conviertan en un homenaje a nuestra compañera que
por más de doce años ha estado a nuestro lado! ¡Es la perrita de mi hija y seguirá
siéndolo por siempre!
Hace dos semanas se echó sobre
el colchón donde dormía y no quiso levantarse. La llevamos al veterinario y le
diagnosticaron un problema digestivo nada grave. La inyectaron y en dos días
hizo vida normal. Ayer cuando mi hija llegó de la escuela estaba echada al lado
de su hueso resguardándolo de las mandíbulas de los demás perros. ¡Amaba con
toda intensidad cualquier alimento compuesto íntegramente por elementos óseos! Fue
cuando nos dimos cuenta que no se levantaba y algo estaba pasando. Una vez más
la llevamos al veterinario. En esta ocasión pensamos que sería alguna tontada
pero las cosas se complicaron en la madrugada. La llevamos dentro de casa para
que estuviera calentita y quedo acostada y sin apenas moverse. Poco a poco fue perdiendo su normal actividad. Sus ojos y su rabo fueron los únicos que se mantuvieron inquietos.
Kenia siempre nos avisó con su llanto
continuado de cualquier contratiempo alrededor de la casa o con los otros
perros. Nos acostumbramos a su manera de llamar la atención y descubrimos un
nuevo lenguaje para comunicarnos con ella. La historia de nuestra perrita Kenia
es dolorosa. No tengo la intención de que me crean, no, porque no
valdría para nada. Este sentimiento es más fuerte que cualquier fábula
edulcorada y adornada con bellos verbos. Solamente intento crear un puente de energía entre ella y nosotros para decirle que la seguiremos amando por toda una
eternidad. ¡Te queremos Kenia!
A veces pienso que nos la
pusieron en el camino. Y de alguna manera fue así. La encontramos en el monte en
época de lluvias. Fue abandonada recién nacida junto a su hermano. Los dos
cachorros descansaban al parecer sobre los restos de su madre porque el color
del pelo y la constitución de los tres era la misma. Posiblemente a la madre la
torturaron hasta matarla porque llevaba atado al cuello una cuerda de metal
como las que se utilizan para las vallas de detención. En esta zona los perros
terminan ahorcados por manos de cazadores sin escrúpulos que se distraen con
estas prácticas. La perra estaba completamente putrefacta. Nada más le quedaba
parte del pelo y los huesos.
Con toda seguridad los dos se
alimentaron de su madre y bebieron del sumo de las uvas de unos viñedos
cercanos. Intentamos llevárnoslo y salieron corriendo como lobos salvajes para refugiarse
entre las zarzas. Se nos escaparon de las manos como expertos perros adultos. ¡Normalmente
unos cachorros tan pequeños no actúan de esta manera! Sus frágiles vidas corrían
peligro y habían activado todo su sistema de defensa. ¡Estoy seguro que esta alerta
fue la que los mantuvo a salvo! Al día siguiente las lluvias
no cesaron, y a la mente nos vino los dos cachorros abandonados en medio de la
nada --¡Pobrecitos se pueden morir!—Dijo mi mujer, tomó una cesta y fue en su búsqueda.
¡No cabía ninguna duda, era su
madre! ¡Al llegar estaban los dos completamente empapados y encima de los restos
de la perra! Desde ese día y hasta hoy Kenia ha permanecido con nosotros. La historia
de su hermano es bien diferente pero ahora no estoy en disposición de contarla.
En casa mi hija le puso por nombre Kenia, porque toda ella era negra como la noche al igual
que su hermano que se le puso por nombre Conguito. Kenia fue siempre una perra fiel. Una verdadera
compañera.
Al principio intentamos regalar los dos
cachorros o entregarlos a una protectora de animales, pero siempre hacían la
misma pregunta --¿De qué raza son los perros?-Los cachorros no tenían raza
reconocida, una mezcla que no se podía identificar, pero para ellos esto
significaba que eran “chuchos”. Nosotros teníamos dos perros, dos más serían
cuatro, no podíamos mantener a una familia perruna pero nos quedamos con los
hermanos y para nada nos arrepentimos. ¡Fue un privilegio contar con unos
cachorros que no tenían pedigrís. Creo que fue lo mejor para ellos también. En
esta sociedad la “raza como el dinero” es tarjeta de presentación para pertenecer
al selecto grupo de los elegidos. ¡Estos pobres cachorros no tuvieran una
genética perfecta y no entraron en la selección natural de los elegidos! Pero con
el tiempo supimos que fue la mejor decisión que pudimos tomar en aquellos años.
A las cuatro de la mañana me
levanto para escribir y la perra respiraba con dificultad. Nada se podía hacer
por que el veterinario la había dejado medicada y no la podía ver hasta las
once de la mañana. No se si ella algo tuvo que ver pero en la novela que trabajo uno
de los capítulos fue escrito sin mayor dificultad al ritmo de la respiración de
mi amiga. A las siete de la mañana desperté a mi hija para llevarla a la
escuela y cuando estábamos desayunando en el salón unas campanitas que colgaban
del techo comenzaron a repiquetear violentamente. Nos miramos y todo estaba
cerrado. No encontramos explicación alguna. --¡Papá las campanitas se mueven
solas!—Me dijo y sin perder tiempo busqué con la mirada el rincón donde estaba
Kenia. Una sonrisa perenne marcaba la expresión de su cara. Algo me dijo que
era el final. Se quedó tranquila y las campanas volvieron a tintinear.
Nuestra Kenia se quedó inmóvil
con la mirada en la pared. Ahora permanecía en calma, completamente en paz. Las
campanas se balanceaban de un lado a otro pero sin producir sonido alguno,
nuestra amiga se relajó, quedó en silencio. Alguien utilizando el sonido nos
comunicó que la partida no se podía posponer. Posiblemente ella se despidió a
su manera y nos dijo que no había otro remedio que marcharse. Llevé a mi hija al autobús
que la conducía a la escuela. Mi esposa estuvo a su lado en todo momento, no se
apartó de ella para nada. Todo el tiempo estuvo acariciándola detrás de la
oreja para que no se sintiera sola. Kenia no deseaba partir sin despedirse de
toda la familia y las campanas volvieron
a moverse libremente. Al llegar me suspiró y lentamente dejó de respirar.
Mi hija me contó en la tarde que
su perrita Kenia viajó a su lado todo el tiempo hasta la escuela. A la hora del
recreo estuvo a junto a ella para que nadie la molestara. Creo que fue otra manera
de decirle que estaba agradecida por todo el cariño que le mostró. Ahora mientras
escribo tengo frente a mí las campanas que cuelgan desde el techo y están en
silencio, mudas, espero que esta noche me despierten para continuar escribiendo
mi novela. ¡Gracias amiga!
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