"HISTORIAS ESPIRITUALES"
¡EL ENCUENTRO!
(CAPÍTULO
I)
Desde siempre he tenido la sensación
de que las cosas acontecen por una concatenación de sucesos que por alguna razón
posiblemente casuística se cruzan en nuestro camino. Esto es una simple eventualidad
que nos puede conducir a hechos aislados que cuando se hacen reiterados entran
en un plano surrealista; de cualquier manera no estoy del todo seguro, pero lo
que me ha ocurrido no creo que pueda ser frecuente. La historia que me gustaría
contarles ocurrió en un lugar determinado de un día cualquiera a una hora
señalada; por mencionar datos aislados que se conformaron en acontecimientos
puntuales cuando tuve consciencia de los mismos. Estas circunstancias aisladas
que les quiero contar se hicieron cada vez más evidentes con el paso del tiempo
hasta influir directamente en mis actos. Llegué hasta un punto que salir a la
calle debía pensármelo en profundidad para no caer en reiterados y continuados encuentros.
En la última semana del mes de
agosto de hace diez años y precisamente en su último domingo, decidí dar un
paseo andando sin rumbo definido por la ciudad. No fue mi primera vez; cuando pretendo
escapar de la realidad no veo mejor manera para aislarme que integrarme en ella
y pasar inadvertido entre la multitud que va y viene sin motivos aparentes pero
con intenciones marcadas. La estructura urbanita me provoca mis sentimientos de
estratega y me dejo llevar por las callejuelas que se enlazan unas con otras
hasta formar un enmarañado y complejo entramado de lindes, que si somos buenos
observadores en nuestro vagabundeo informal, descubriremos mundos ocultos
esperando ser conquistados por el primer paseante.
En este significativo domingo llegué andando
y cavilando a una peculiar barriada. Sin darme
apenas cuenta porque me encontraba en completa soledad con mis
pensamientos más íntimos, sentí la inconfundible mezcla de especies que me transportó
a la realidad que no esperaba. Los aromas llegaron sin avisar porque yo invadí
su espacio con mis profanos pasos que no estaban seguros del rumbo que tomaban.
Fue un golpe certero, distendido, e intenso que penetró por mi nariz y se
dirigió directamente a las profundidades de mi sistema nervioso. De repente me
llegó la contundente emanación de los fabulosos caldos, que aunque no fueses un
entusiasta de esta singular cocina, no te deja para nada indiferente. En mi
caso no me considero un defensor a ultranza de la misma, pero he recurrido a
ella en variadas ocasiones para satisfacer instintos factiblemente ancestrales.
El considerarnos unos renegados que solamente complacemos gustos de recetas y fragancias
altamente conocidas, no está de moda y perjudica altamente la salud. Considero
que la sabiduría en cualquier argumento reside en saber ser consecuente, y en
estar dispuesto a dejar entrar cualquier opción por muy distante que nos parezca
de los preceptos que nos inculcaron desde la más temprana infancia. ¡De
cualquier manera es una forma de pensar y nada más!
Para ser exacto en los
efluvios que me invadieron, sentí el vigor del cebollino cuando se corta en
diminutas fracciones. El candor pero a la vez inconfundible esencia de la raíz
de jengibre cuando se cuece en agua hirviendo con algunas gotas de menta. La densidad
del aceite de sésamo que nos “perfumea la inteligencia” cuando bañamos algún trozo
de pan de centeno en su jugo. Y por supuesto, la salsa de soja que por encima
de todas sus cualidades balsámicas y dilatadas, nos reafirma sin llegar a ver
sus pictogramas que hemos llegado al inconfundible barrio chino.
Continuará…………………
Fotos:
ara.
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