“ Agua Milagrosa ” La historia que les quiero contar aconteció hace muchos, pero muchos años, en uno de los más pintorescos y acogedores pueblecitos de la vieja castilla. Su nombre no es relevante, pero para que mi historia adquiera rango de credibilidad, lo aludiré, aunque con esto desvele un secreto que se ha mantenido oculto por algo más de cien años. En la muy ponderada Villa de Escalona, bordeada en uno de sus extremos por el pausado y cristalino río Alberche, vivió un boticario que tenía una hija, como se decía por aquellos tiempos, en edad de merecer, una hermosa y voluptuosa joven que había rebasado la adolescencia y se encontraba en ese fluctuante período, en que la mente pretende imponerse sin éxito sobre el cuerpo, para engañarlo con premeditación y alevosía, aunque el cuerpo, dueño de la situación, no deja lugar a dudas de su poderío
(CAPÍTULO LX) Con sobrada razón Antonio Machado sentenció que realmente el camino no existe, se hace al andar, y dicho espejismo no es otra cosa que estelas en el mar. Y haciendo suya la máxima, mis amantes, nuestros amantes, anduvieron por un no-camino sin despegarse del borde que une la tierra con el mar, no vaya ser que por algún descuido perdiesen el rumbo al andar. Y para no deshacer lo ya dispuesto, anduvieron con sumo tino sin profundizar en las pisadas, dejando con sus pies desnudos desniveles en la arena. Cuando partimos, con rumbo o no definido, el cuerpo se extiende indefinidamente y los sentidos se embotan de perplejidades, lo dice un caminante que después de innúmeros de años ahora se empeña en regresar al punto de partida, y no es que anduviese por la totalidad del espacio exterior, es que en mi perpetuo andar, no me detuve para catar las vides de la vida. Y ahora, al intentar dar más de un paso, los ojos se me inundan
-- 5 -- Esta brutal paliza que Ramón le propinó a la inocente Rosa fue la primera pero no la última. El taxista comenzó a pernoctar en casa de Rosa con mayor asiduidad. Por un lado lo hizo porque al contribuir con los gastos de la casa y Rosa estar embarazada, se sentía con el derecho de comer, dormir, y practicarle el sexo a Rosa las veces que a él le bajara el deseo o después de agotar varias botellas de licor. La otra razón era la mujer de Ramón, pero esto Rosa no lo supo hasta que fue demasiado tarde. La mujer de Ramón formaba parte de la maldita lista de mujeres y amantes. Y como parte de la lista también fue diana de los maltratos del macho de las calles. La pobre mujer comenzaba a estar harta de las palizas y las infidelidades de su marido. Muchos años llevaba “aguantándolo” y por su cabeza pasó la idea de terminar con el suplicio. Ella no
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