Primera crónica.
LA JOVEN ISLA
No es que de repente entre mares
desconocidos surgiese una exótica isla para desviar nuestro certero rumbo, no,
es que en esta crónica que les quiero revelar, una particular joven se hacía llamar
Isla, Isla de los Milagros Fermosía, Fermosía y Astral, conocida por la
totalidad de los pobladores de una singular comarca bañada por el río Rebrincó,
un caudaloso fluvial que literalmente rodea el territorio en que nació nuestra lozana
protagonista Isla. Isla no vivía en una isla, pero el pueblo visto desde las alturas,
daba la impresión de ser un minúsculo islote extraviado en medio de la nada
misma. Por esta precisa particularidad los padres de nuestra joven, decidieron
que si su primer retoño era una niña, la llamarían Isla, por la original
situación geográfica en la que se encontraba el pueblo de Miritos del Monte.
Refiriéndome a la protagonista
de mi historia, quiero dejar en absoluta claridad que hablo en pasado, porque
del presente no tengo confidencias para murmurar, al menos hasta este preciso
día en que dejo constancia por escrito de la más tortuosa y enigmática historia
de amor que he sido testigo en mi larga y profesional travesía por esta
experiencia que llaman vida. Lo afirmo, y doy mi palabra que así ha sido, y de que
no he cambiado, ni cambiaré, una sola coma en los siguientes sucesos que les relataré.
Les pido si desean ser cómplices afanosos, al menos hasta donde alcanza mi
conocimiento de estos hechos acaecidos, no se pierdan el más soez de los
detalles porque no se quedarán impasibles, pero si piensan que el involucrarse
demasiado en esta historia les puede causar algún contratiempo que escaparía de
vuestras manos, será mejor que no continúen con la lectura, y como decía mi ilustrado
abuelo, borrón y cuenta nueva.
Estos hechos acontecieron en
un pueblo llamado Miritos del Monte, rodeado como describí con anterioridad por
el río Rebrincó, que descansa en las faldas de la cordillera Pirpijó, al norte
de Albrancia, país que limita con el todo poderoso Umbril, El Reino de Umbril, una
república pero que aún en estas precisas fechas continua llamándose reino; el
motivo de esta terminología de reino para un país que se denomina moderno y
democrático, es totalmente contradictorio por no otorgarle rango de chocante y burlesco,
pero sería algo engorroso el ponerme a explicar su pasado y presente, y por
ahora no es relevante para los hechos que les quiero constatar. Mi nombre es Floridano,
Floridano Espronceda, y nada más, porque aunque en cierta medida soy parte de
esta historia, mi aportación ha sido fundamentalmente testimonial, para dar fe
de su autenticidad. Soy periodista, un modesto periodista de una de las
revistas de mayor tirada del Reino de Umbril. Nací en dicho reino y dicho reino
me vio formarme como un fabulador de crónicas a pie de calle, o en este caso,
entre verdes prados y elevaciones sinuosas.
Llevaba algo más de quince
años en la revista “De Providence” cuando mi editor jefe me citó en su oficina
y me dijo.
__ ¡Mañana partes para Albrancia y una vez allí al norte, hacia la comarca de Miritos del Monte! –Y mi querido
jefe concluyó-- ¡Ten lista una buena maleta porque el trabajo te llevará por lo
menos dos meses! ¡No regreses hasta que no tengas toda la historia!
¿Comprendes?
__ ¡Sí, pero, la
historia……..! –Mis palabras quedaron inconclusas.
__ ¡Más tarde te doy el dossier
con los detalles, ahora tengo mucho trabajo, cierra la puerta al salir!
Y me marché de la oficina con
más dudas que cuando entré. ¿Dónde se encuentra la comarca de Miritos del Monte,
dónde? Albrancia la conozco, no tendidamente, pero en más de una ocasión he
realizado algún que otro reportaje en su capital, y también he recorrido algún
que otro pueblo, pero Miritos no me suena de nada, y de nada me valieron mis conjeturas,
porque sin apenas darme cuenta me vi con mi maleta y mi dossier, dentro de un
avión con destino a Albrancia, un destino que jamás olvidaré, aunque vuelva a nacer una vez más.
Continuará………………….
fotos: ara.
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