Segunda crónica.
LA JOVEN ISLA
El viaje fue relativamente largo,
porque nada más acomodar el equipaje de mano y depositar mis posaderas sobre el
confortable asiento del avión, abrí el dossier que me entregó mi jefe, y antes
de pisar suelo de Albrancia, lo había leído de punta a cabo. La historia es
conmovedora, al menos hasta donde conoce nuestra editorial, porque mi trabajo
es precisamente ese, desentrañar la madeja y continuar hasta encontrar el desenlace,
si es que en realidad lo hubo. En el dossier como dijo mi jefe, está todo bien
detallado, mis dietas, el hotel donde pasaría estos meses, la entrega de las
crónicas, sí, porque nada más llegar, al siguiente día, debo mandar una
crónica, cada día una hasta agotar el suceso. En realidad es un trabajo fatigoso,
porque durante el día debo ser un sagaz investigador para tener lista en la noche la crónica terminada, terminada
significa más de cinco folios escritos, y de esta manera en la mañana, antes de
amanecer, dictársela al redactor de mi revista por teléfono, una verdadera
osadía que no sé muy bien cómo podré realizar porque conozco las
incomunicaciones de estos pueblos y los contratiempos que puedan surgir
inesperadamente, pero en resumidas, es mi trabajo y disfruto por ello, y aún
más, después de leer la historia de la joven Isla, estoy ansioso por conocerla y
saber lo que pueda sobre ella.
Los comentarios llegaron a la
revista por un pariente lejano de mi jefe que por una coincidencia del destino
tuvo que hacer noche en Miritos del Monte, y en esa precisa noche, mientras
cenaba, escuchó entre los clientes del bar, un comentario sobre una joven
llamada Isla y le llamó la atención. A medida que la cena transcurría, los
comentarios evolucionaron hasta convertirse en el motivo por el que me
encuentro camino a Miritos; pero no todo terminó aquí, esa noche, el pariente
lejano de mi jefe fue testigo de la presencia de la joven Isla. Por ahora no me
voy a extender en los atributos que esparcía Isla con su cuerpo a cada paso que
daba por el bar contoneándose rítmicamente, ni de su manera de gesticular, o de
la propia tonalidad de su voz, simplemente les diré, que este pariente lejano
de mi jefe, se quedó con las ganas de pasarse una larga temporada en Miritos,
pero su mujer, que en esta ocasión le acompañaba, le impregnó un suculento
pellizco en sus carnes, y con una mirada le impidió cualquier comentario al
respecto. --¡La vida de un hombre casado es mantener los ojos orientados en una
sola dirección y no desviarse nunca ante amenazas externas!-- Le dijo su mujer
algo enfadada, pero poco le importó este comentario de su esposa. El pariente de
mi jefe no se quedó en paz, y después de dejar a su mujer en la habitación del
motel y comprobar con seguridad que se había quedado dormida, bajó hasta el bar
para conocer algo más sobre esta belleza sin par; naturalmente todo esto lo
hacía por un interés profesional, sabiendo que su pariente era redactor jefe de
una importante publicación en Umbril, él debía al menos, intentar encontrar “la
noticia” para ofrecerle un particular regalo de su viaje por tierras lejanas.
Lo que esa noche escuchó el
pariente de mi jefe fue espeluznante, no por lo pavoroso de la historia en sí,
sino por el dominio público que se tenía de la misma. Miritos del Monte es un pueblecito
pequeño, o relativamente pequeño, dependiendo como se le mire. Si unos seis mil
habitantes son pocos comparados con otros, pues dicho pueblo es pequeño, pero
si seis mil habitantes llevan una contabilidad detallada en la vida de una
persona, perdón, de las personas involucradas en esta historia, son demasiados
para controlar hasta la respiración de los protagonistas de mi crónica. La joven
Isla, su familia, y los demás involucrados, cada día en forma de comentarios
pasan de boca en boca hasta el último de sus pobladores.
Continuará………………….
fotos: ara.
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