LA JOVEN ISLA
Tercera Crónica.
Miritos del Monte es un pueblo
común, y al decir común me estoy refiriendo que hasta donde conozco no guarda
ningún elemento que lo pueda diferenciar con otros pueblos de la comarca,
siendo sus construcciones, calles, personas, de lo más corriente dentro de un
entorno agradable pero nada especial, al igual que cualquier pueblo perdido
entre la sierra de Pirpijó, aunque para ser sincero, si uno verdaderamente se
afana en encontrar la singularidad, el detalle en las cosas que nos rodea, y en
sus habitantes, con seguridad encontraremos
variados elementos para afirmar que Miritos del Monte como los pueblos aledaños
de Albrancia es especial. En Albrancia es habitual debido a su geografía contemplar
en sus comarcas a los diversos pueblos, caseríos, y demás, levantados sobre las
faldas de las cordilleras, e incluso como Miritos del Monte a demasiados metros
por encima del nivel del suelo, esto, posiblemente sea una de las
particularidad que pueda señalar de esta población, y por supuesto, el caso que
me trajo al mismo, que mi olfato de periodista me dice que este entorno más
allá de sus fronteras se hará célebre.
La tarde caía sobre Miritos
del Monte cuando mis pies pisaron por vez primera el centro del mismo. Llegué
con mi pesada maleta en una mano, en la otra mi máquina de escribir, bajo mi axila
el dossier, y en la boca el papel con la dirección de la posada en la que me
quedaría el tiempo suficiente hasta que la noticia sobre la joven Isla deje de
serlo, o hasta que mi jefe me ordene regresar. De cualquier modo yo, Floridano
Espronceda he llegado a mi destino después de un agotador viaje. Como la
mayoría de estos pueblos de Albrancia, su vida está conformada en torno a la
plaza, donde sus pobladores, sin diferenciación de edades, dejan inconscientemente
que sus cuerpos se relajen sobre los
viejos bancos del parque, hasta que alguna necesidad fisiológica le indique que
es hora de marcharse, para regresar en otra oportunidad cuando el cuerpo se lo
pida. En estos parajes el tiempo pasa sin prisa, sosegado, y sus habitantes no se inmutan por nada, tienen las
horas a su favor para hacer y deshacer con sus habilidosas lenguas las vidas
privadas de los demás habitantes del Monte, esta curiosa comunicación, que por
estudios anteriores me ha confirmado que las tradiciones, cualquiera de ellas, incluso
las foráneas, las que nos llegan de lejanos países que posiblemente no
visitaremos, se conforman, se crean, se inventan, por estas ancestrales
habladurías, que al llegar a nuestros días adquieren la categoría de leyendas,
un folklore oral que continuará pasando de boca en boca hasta que el mundo deje
de serlo.
La plaza, con la fresca, está
repleta de lenguas que no dejan de estar quietas, en estos momentos en que debo
atravesarla es un hervidero de miradas y comentarios en torno a mi persona.
Cuando uno es el centro de las atenciones tenemos la impresión que nuestro
cuerpo se reduce a dimensiones jamás pensadas, y si le sumamos a esto que somos
forasteros por donde quiera que se nos contemple, hasta el ojo más extraviado
se pone en línea recta para analizarnos de pies a cabeza. Este común periodista
como el común de los mortales, y el común de los pueblos de por aquí, está
pasando en estos instantes por la máquina de los rayos X, y siento vergüenza, vergüenza
porque indudablemente me están desnudando con los ojos, y con sus lenguas me
quieren, a mí, a este sencillo periodista, para ser transformado en fábula, en el folklore más puro y genuino de una de las largas noche de Miritos del Monte. No me queda más
remedio que preguntar dónde se encuentra la posada. Me dirijo a un grupo de
mujeres, y antes de llegar, sus brazos señalan, todos, en una misma dirección.
__ ¡Hacia allá, del otro
lado de la plaza está la posada!
Continuará………………….
fotos: ara.
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