CONFESIONES DESDE EL TÁLAMO
"ROSA Y EL TAXISTA"
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De cierta manera comencé una
nueva rutina. Dejé el barrio, a mi abuela, a los amigos, y por supuesto cualquier
relación con Rosa, y me centré en los estudios que desde hacía algún tiempo los
había desterrado a un segundo plano. No deseaba saber nada, absolutamente nada
de ella; sí, no podía continuar con esta agonía porque me sentía impotente
frente a una situación demasiado enfermiza para mi manera de percibir el amor;
es como la tierra que preparas, abonas, siembras, y al final de la temporada no
recoges ni un solo fruto porque este suelo, esta tierra, está enferma.
Expulsé de mi cabeza imágenes
y pensamientos tormentosos para no continuar martirizándome las ideas y el
cuerpo con una ilusión, con un imposible. Mi intención era precisamente olvidar
a Rosa, a mi vecina, al amor que desde hace una buena temporada llevo alojado
en el pecho, el alma, los huesos, y cada uno de mis músculos. No debía ni podía
continuar dependiendo de un balcón, de una mirada, o de una señal que me
hiciese para salir corriendo en su busca y consolarla hasta que nuevamente
volviese a los brazos de Ramón; no, ya no estaba dispuesto a continuar mordiéndome
los labios, a lanzar un quejido de rabia contra la pared, a dejar cada noche
mis sábanas húmedas de tanto llorar, y a luchar de ira contra mí mismo por no
lograr que Rosa tuviese la paz necesaria para estar sobre esta mierda de mundo.
¡Sufría, naturalmente que sufría al no poder estar junto a Rosa, pero mucho más
sufría al contemplar la carita de su hija!
Por los sucesos que he vivido
estos últimos meses estoy casi seguro que Rosa no dejará jamás a Ramón, como
mismo Ramón no cambiará respecto a Rosa y continuará asiéndole daño, a ella, y
a la pequeña; una relación que no encuentro apelativo para nombrarla. Rosa se empeñaba
en continuar con esta relación que más temprano que tarde acabará con su
juventud, y con su existencia.
El largo verano terminó de repente
y el otoño se instauró una desolada mañana, dejando una sensación de desconcierto
en los transeúntes que caminaban por las calles rumbo a sus quehaceres o
pasatiempos. Lo sé porque esa precisa mañana tenía exámenes en la universidad y
salí a la calle más temprano de lo acostumbrado. A mi piel llegó una sensación
de escalofrió nada más torcer la esquina de la casa de los amigos en la que estaba
viviendo. ¡Recapacitando creo que no fue frío! ¡No! ¡Fue un extraño erizamiento!
No mentiría si dijese que es la primera vez que el cuero cabelludo se me yergue
desde la nuca hasta la frente, dejándome una sensación de desnudez total. Los
poros de mi cabeza se dilataron estruendosamente ¡Este año el otoño se siente
invierno! Pensé intentando resguardarme en un soportal en espera que pasase la
corriente de aire gélido que rondaba mi cuerpo. Pero no, la impresión la llevo dentro de mí. No fue el sorpresivo otoño. El día había amanecido nublado y
tormentoso, pero la temperatura más bien es agradable después de estos meses de
calor que tuvimos; ¡pero yo continuaba con frío! Seguramente debo
estar algo afiebrado por las largas noches de estudio. Hace tres semanas que me
estoy preparando para estos exámenes que son los últimos para graduarme. Concluyo
este año la carrera, licenciatura en artes escénicas, y todo el empeño y cada
una de mis energías han estado entregados a esta labor. ¡Sí, debo de estar
agotado!
Tomé el autobús una manzana
más abajo de la calle en la que me encontraba. Debía viajar desde la primera
parada hasta la última. Cerca de una hora y diez minutos de recorrido para
llegar a la universidad que se encontraba en las afueras de la ciudad. Un
tiempo suficiente para poner los pensamientos en el examen y discernir alguna
duda que tuviese respecto al mismo. ¡Dramaturgia! El examen es de dramaturgia, debo
hacer un análisis de un clásico, y yo he escogido una tragedia……………la sensación
ha regresado nuevamente…………..Es curioso porque la ventanilla del autobús está
cerrada………..
Continuará………………….
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