EL PRIMER AMOR DE LA ABUELA NENA
(CAPÍTULO LXIII)
La piedra le destrozó la
cabeza al hombre. La mujer le golpeó varias veces hasta que mi madre le sostuvo
con ímpetu la mano.
__ ¡Déjelo señora, ya ha recibido
su merecido!
Le dijo mi madre a la mujer
que temblaba como una hoja de abedul en medio de una tormenta. El bandido se hallaba
desplomado en el suelo, inerte, con su infamia colgándole al viento y una mueca
rígida en el rostro. No se apreciaba síntomas de vida, pero de cualquier manera
no nos podíamos confiarnos.
En este instante fue cuando
todas respiramos aliviadas. No lo recuerdo con transparencia, pero en un
instante nos abrazamos espontáneamente, y la pobre mujer con su cuerpo
adolorido, tomó en brazos a sus tres hijas y comenzaron a llorar de satisfacción.
__ ¡Creo que nos debemos marchar!
¡Es hora de alejarnos de aquí sin detenernos y sin mirar atrás!
Y salimos del bosquecillo como
dijo mi madre, in mirar atrás y más veloz de lo que podían soportar nuestras agotadas
piernas en esos precisos momentos; la mujer con su desnudez, y las hijas con el
pánico sobre la piel.
Corrimos. Estuvimos corriendo hasta
que la noche nos sorprendió. Cuando no podíamos más nos deteníamos diez o
quince minutos para tomar fuerzas y proseguir con otro tramo.
__ ¡Ya descansaremos, no sé cuándo
pero ya descansaremos! ¡Ahora debemos estar lo más lejos posible de esta zona
que no es segura!
A veces me preguntaba de dónde
mi madre sacaba las energías para no desfallecer. Su ejemplo fue el brío que precisaba para que mis piernas no
flaqueasen, y su pujanza, el necesario argumento para que las mujeres confiasen
en ella con los ojos cerrados.
Nos quedamos sin nada. Perdimos
lo poco que llevábamos cuando comenzó esta locura. Las maletas se quedaron en
el camino, y las prendas de la mujer y sus hijas sobre la hierba húmeda. Mi madre
le entregó a la mujer su bufanda y su abrigo, y yo mi blusa, para que se
cubriese los pechos. A la hija del medio y la mayor, le fuimos componiendo las
vestimentas con lo que teníamos y con algo de imaginación; porque, como decía
mi madre, lo imprescindible es salvar la vida, las vergüenzas ya se taparan
cuando llegue el momento, ahora debemos continuar corriendo.
¡Y sí que lo hicimos, tanto,
que estuvimos avanzando toda la noche! A media madrugada nos deteníamos una
media hora o así, y continuábamos lo más que podíamos para ganar el mayor
tiempo posible.
Cuando el amanecer nos
sorprendió en lo alto de un cerro, divisamos en la distancia, a unos tres o
cuatro kilómetros de donde nos encontrábamos, un poblado.
__ ¡Al fin!
Dijo mi madre, y sentándose
sobre un peñasco se puso a contemplar las luces que se escapaban de las
hermosas casitas de campo.
__ ¡Hemos llegado a casa de la tía
Rosaura!
Continuará...........................
DISEÑO GRÁFICO: MANDY BLUEE.
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