CONFESIONES DESDE EL TÁLAMO


                                           


                                                       
               Rosa y el taxista
                                                         

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                  No fue el cuerpo de Rosa el que descendió en una camilla por las escaleras, fue el de Ramón. Rosa tomó lo primero que alcanzaron sus manos para intentar salvar su vida. Un cuchillo de cocina, un simple cuchillo de cocina cambió radicalmente el equilibrio de la situación y el escenario. Ramón la tenía una vez más bajo su poderío. Rosa huyó como siempre y él la persiguió por toda la casa hasta reducirla en la cocina. La tenía avasallada sobre la encimera. El torso de Rosa se revolcaba entre los platos y las cazuelas de la noche anterior. Ella se movía como pez fuera del agua. Ramón con una mano la sostuvo violentamente por el cuello, y con la otra, pero con el puño cerrado, le machacaba la cara una y otra vez sin compasión. Qué podía hacer Rosa, nada, como siempre lloraba y suplicaba que no le hiciese más daño, que si continuaba de esa manera la iba a matar, pero Ramón no escuchaba, él jamás escuchó a Rosa, su único objetivo en la vida  al parecer no fue otro que hacerle daño a su mujer, a la madre de su única hija, que estoy seguro, y lo puedo afirmar ante un magistrado, que la niña nació con esas anomalías por las palizas que le propinó en el abdomen a Rosa durante los meses de embarazo.
                 Sobre un ojo, en el otro, en la boca, la frente, las orejas, la nariz, cualquier zona de la cara de Rosa le valía a este hombre para quebrantar la dignidad de su mujer, y nunca mejor dicho, su mujer, porque él pensaba que era de su propiedad. Mucho aguanto Rosa, demasiado, increíblemente excesivos años que estoy seguro que no se marcharan de sus recuerdos por mucho que el tiempo insista en lo contrario. Cuando cansado de tanto golpear, porque sus puños comenzaban e resentirse, la sostuvo con ambas manos a la altura de las orejas y con un rencor sobrenatural, arremetió su cabeza sobre el poderoso mármol. Rosa sangraba, gemía y sangraba, se retorcía de dolor y continuaba sangrando. Sus brazos, como pájaro a contraviento se movían en todas direcciones intentando escapar de las garras de Ramón. Posiblemente la casualidad, el destino, o dios, si existiese, en uno de esos aleteos hizo que Rosa palpase con la muñeca un objeto, un objeto de frío metal que en el siguiente movimiento se acomodó a su dedo índice y pulgar. Un cuchillo, el mismo cuchillo que había utilizado para guisarle a Ramón su plato predilecto. Lo tomó con firmeza, y en el último aliento que le quedaba, se lo clavó directamente en el corazón al hombre que tanto amó. En el corazón que nunca llegó a suspirar por ella.
                 Este hombre era un salvaje, y lo que pasó, aunque no estuviese bien, pone fin al menos al sufrimiento corporal de mi amiga. A Rosa se la llevaron sangrando y detenida. La condenaron a doce años de privación de libertad porque el juez a última hora tuvo clemencia, y señaló legítima defensa. Me hubiese gustado ver al juez bajo el dominio de este maltratador durante estos largos años. ¿Cuál habría sido la sentencia de su señoría?


  Continuará………………….

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