LA JOVEN ISLA
QUINTA CRÓNICA.
Necesité algo de tiempo para
intentar reponerme de la fuerte impresión que dejó en mí la figura de la joven
Isla. Ese hermoso ser poseía un encanto nada natural, una belleza nada afín a
las demás bellezas que nos pueden hacer vibrar de emoción hasta provocarnos tensiones
musculares en el cuello y demás partes de nuestra modesta anatomía. Digo que
ella no es poseedora de una belleza común, o al menos, no como la exhibida en
los concurso de belleza, no, Isla se puede decir que portaba otro tipo de
belleza. Quizás una belleza no descriptiva, emblemática, misteriosa, sutil,
pero al mismo tiempo una impactante belleza alejada de la realidad que le ha
tocado vivir. Su hermosura desborda los sentidos y placa el alma, dejándonos en
stan-by, fuera de la corrosiva monotonía que todo lo diluye. No es que no estuviese, como se dice
comúnmente en el lenguaje de la calle “buena”, no, estaba “más que buena”, pero
también su bienhechora imagen es mucho más que un impulso visual; porque con el
paso de los días me fui dando cuenta de un detalle que como periodista no podía
dejar escapar.
Cuando Isla atravesaba la
plaza del pueblo, cuando hacía acto de presencia en la posada, cuando caminaba
por la calle, o cuando simplemente aparecía de la nada su figura bienhechora,
no dejaba indiferente ni a los lánguidos perros que amodorrados en cualquier
esquina o rincón desperezaban sus huesos para verla pasar. Niños, mujeres,
ancianos, jóvenes, hombres solteros y casados, abuelas con más años que los
gastados adoquines de Miritos, vecinas sin oficios y beneficios pero con la
lengua más larga que un día sin pan, conocidos y extraños, ¡cualquiera!, ¡cualquier
ser viviente que en el instante justo de hacer acto de presencia Isla pasaba por
allí y torcían sus cuellos a más no poder para no perderse aunque fuese la sombra de la deslumbrante joven que sin
rumbo aparente deambulaba como un espectro de un lado para otro. Unos miraban
con disimulo, otros directamente, y el resto lo hacían sin importarles la consecuencia
de sus miradas.
Sencilla, y humildemente, no
se puede concebir una descripción de Isla, ni para bien ni para mal. No existe en
este mundo, sobre la faz de la tierra, un concepto concreto que la defina. De
buenas a primera, y sin avisar, te provoca un impacto visual difícil de superar
dejándote fuera de cualquier realidad. Comprobé con mis propios ojos esta
singularidad, y confirmo, bajo juramento si es preciso, que el impacto que
sufrió el pariente de mi jefe al contemplarla fue real y para nada exagerado.
No dramatizo en nada, al contrario, creo que se quedó muy por debajo al
referirse a algunos detalles de la joven de Miritos del Monte.
Se puede decir que Isla es
algo así como una oleografía en cuatro dimensiones, renacentista, y con técnica
de las pin-up, que hace de ella un diseño perfectamente complejo y animado. Su
encanto no es de estos tiempos. Su porte es irracional. Su presencia
deslumbrante e hipnótica, produciéndonos una elevada y distendida confusión. No
sabría qué más decir. Mi imaginación y mi oficio de columnista, se ha visto
relegado a un segundo plano y sin posibilidad de orientar mis próximos pasos;
pero aun así debo mantener el control y escribir, relegar por un instante las imágenes
de la joven de mi cabeza hasta dejar enfriarlas para que fluyan las palabras,
que es la única razón por la que estoy en este pueblo. Y sentado frente a la
ventana de mi habitación comienzo con estas primeras líneas.
¿Quién es Isla, qué hace,
cuáles son sus gustos, sus preferencias? No dejaré, ningún cabo suelto, porque
alrededor de esta joven hay todo un pueblo dispuesto a inmiscuirse en su vida.
Creo que lo mejor será desayunar en el comedor de la posada, relacionarme, y
esperar que el destino sea complaciente con este humilde periodista. ¡Manos a
la obra!
Continuará………………….
fotos: ara.
Comentarios