"CONFESIONES DESDE EL TÁLAMO"
-- CUALQUIER DÍA EN LA VIDA DE ALEJANDRO --
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El regreso a la oficina fue mucho más
corto que la no dilatada partida. El conductor salió de la autovía y entró en
la ciudad en un suspiro. En menos de cuarenta minutos el micro-bus hizo su
entrada en el aparcamiento de la sede. Al parecer Alejandro no era el único que
deseaba dormir calentito, sus compañeros un tanto de lo mismo. --¡A
las oficinas, que si somos eficientes en un par de horas terminamos y todos a
sus casas hasta el lunes!-- Dijo el jefe, y nuestro hombre y los demás, se
movieron como hormigas locas en busca del ascensor.
El teléfono. Fue lo primero que
divisó Alejandro nada más entrar en la oficina, y de su cabeza un pensamiento
brotó. --¡Llamaré a mi mujer para decirle
que en unas horas estoy con ella, será la mejor de las sorpresas!-- Se hizo
paso entre los compañeros y sin perder un segundo se posesionó del auricular. --¡Ocho, nueve, siete, nueve, cero…….!--
Y antes de marcar el siguiente número su dedo índice se detuvo, se congeló en
el aire sin saber muy bien el porqué de su inconsciente reacción. --¡No, no la llamaré, mejor le doy la
sorpresa en persona!-- Tomó asiento, abrió su carpeta de trabajo, y mirando
al frente se dejó llevar por las palabras del director.
No mintió su jefe. En una hora
y cincuenta minutos la reunión había terminado con conclusiones provechosas
para la empresa. Se despidieron con un fuerte apretón de manos, y Alejandro,
podemos decir casi literalmente, que voló en dirección al aparcamiento para
tomar su auto y llegar lo antes posible a su casa. --¡Diana saltará de alegría cuando me vea!-- Metió la llave, la
giró, puso la primera, y las ruedas comenzaron a girar por el asfalto a una
revolución fuera de lo normal para su acostumbrada pasividad. --¡Seguramente Diana aún estará en cama con
su transparente lencería y su cuerpo tibio y húmedo oliendo a jazmín!-- La
roja. En el semáforo estaba la luz roja, y Alejandro centrado en sus placenteras
meditaciones no se percató y continuó. Dio un volantazo y la suela de su zapato
se pegó al pedal del freno como una babosa a un cristal. Suspiró profundamente
y continuó, pero esta vez concentrado en la conducción, no deseaba tener ni un
contratiempo más.
Llegó más rápido de lo acostumbrado
y aparcó justo enfrente de su casa. Deseaba que la sorpresa fuese total, que su
mujer no escuchase ni el sonido del motor.
Alejandro vive en una encantadora
casa, independiente y con jardín. A pesar de ser aún joven la pareja, ya la
habían pagado, la propiedad era absolutamente de ellos dos. Casa, trabajo bien
remunerado, auto, cada uno tenía el suyo, dinero ahorrado, salud, belleza, más
por parte de ella que de él; aunque Alejandro se puede decir que es un hombre
elegante, apuesto, y físicamente armonioso. En realidad Diana es una mujer
realmente impresionante y bella. Por donde quiera que se le mire, por
cualquiera de sus ángulos, se aprecia erotismo y sensualidad; por lo tanto, Alejandro
no puede descuidarse, y hasta la fecha nunca lo ha hecho, al ser sabedor de la
beldad que comparte su cama.
Abrió la puerta en silencio
total, y descalzándose en la entrada, se dirigió con cuidado al pasillo que lo
conduciría al final del todo a la habitación matrimonial. Se detuvo en la misma
al percibir entreabierta la puerta. Pensó entrar de golpe, pero finalmente optó
por el sigilo, la cautela, para que la sorpresa fuese realmente enardecida. Se colocó
en cuatro patas, como los perros, y se deslizó al interior hasta llegar al
cabecero, por el lado en que duerme su mujer. La respiración era agitada y profunda.
Sin mirar, deslizó el brazo y tocó, tocó un pecho plano y velludo. ¿Qué estaba
pasando? Los conceptos surcaron su mente pero no halló el menor de los sentidos,
y el cerebro se le embotó. ¡Alejandro no podía reconocer a su mujer, estaba
cambiada!
Continuará.............................
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