CONFESIONES DESDE EL TÁLAMO
CUALQUIER DÍA EN AL VIDA DE ALEJANDRO
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Pasó el tiempo. Y bien que
pasó, aunque para Alejandro, para nuestro desecho amigo en cuerpo y alma,
sencillamente se detuvo en la nada misma. Su lastimado cuerpo permanecía en una
de las camas del hospital central, y su alma,
su disipada alma, intentaba por todos
los medios continuar al lado de su amada Diana, pero fue imposible, las cosas
habían cambiado radicalmente; él ya no era el mismo, y ella, desde mucho antes,
dejó de ser la esposa que él había imaginado.
Muchas
semanas, naturalmente fueron muchas, hasta que Alejandro logró comprender que
su auto sin previo aviso voló por los cielos, giró en mil volteretas, se
torció, y calló al vacío como una gran mole de desperdigadas piezas, y que en
esa demencia, tuvo que ser rescatado entre la desecha chatarra. Está vez se
salvó, pero la muerte le rondó bien cerca, y por algún motivo que no lograba
descifrar, lo dejó con vida, deshecho, pero con el aliento suficiente para
recordar, que antes del accidente, como un atolondrado salió de su casa en el
auto al descubrir a su esposa en la cama con el mejor de sus amigos. Pobre
Alejandro, en un chasquido de los dedos, en poco más de un suspiro, en un
monótono parpadear, su existencia dejó de ser la de antes para transformarse
radicalmente en nada, en un despojo sobre sábanas blancas. Su cuerpo permanecía
paralizado, y lo que él denominaba alma,
perdida en algún lugar del espacio, al igual que su añorado pasado.
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¡Buenos días! --y la sutil voz que lo había acompañado en estos complicados
momentos se hizo presente en la habitación.
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¿Eres tú? --preguntó con ímpetu Alejandro.
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¡Sí, soy yo! --con delicadeza contestó la voz.
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¡Déjame verte por favor, ven a mi lado! --suplicó Alejandro desde su posición
intentando mover la cabeza.
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¡No te muevas, ya estoy aquí! --y la voz se acercó a un lateral de la cama.
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¡No te reconozco, pero tu voz me es tan familiar! --dijo Alejandro con los ojos
entornados.
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¡Soy yo, Ana, tu enfermera, ya no te acuerdas de mí! --dijo la voz.
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¿Ana?
Y Alejandro no dijo más. Esa
voz, esa entrañable y cálida voz lo había acompañado día y noche para que su
dolencia fuese menos pesada. --¡Ana, la
enfermera Ana, pero y Diana, dónde está Diana!-- Y un escueto y lógico
pensamiento se deslizó por la mente de Alejandro.
Continuará…………….
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