CONFESIONES DESDE EL TÁLAMO


                     



                      CUALQUIER DÍA EN AL VIDA DE ALEJANDRO

                                                        -- 6 --

                 Pasó el tiempo. Y bien que pasó, aunque para Alejandro, para nuestro desecho amigo en cuerpo y alma, sencillamente se detuvo en la nada misma. Su lastimado cuerpo permanecía en una de las camas del hospital central, y su alma, su disipada alma, intentaba por todos los medios continuar al lado de su amada Diana, pero fue imposible, las cosas habían cambiado radicalmente; él ya no era el mismo, y ella, desde mucho antes, dejó de ser la esposa que él había imaginado.
                   Muchas semanas, naturalmente fueron muchas, hasta que Alejandro logró comprender que su auto sin previo aviso voló por los cielos, giró en mil volteretas, se torció, y calló al vacío como una gran mole de desperdigadas piezas, y que en esa demencia, tuvo que ser rescatado entre la desecha chatarra. Está vez se salvó, pero la muerte le rondó bien cerca, y por algún motivo que no lograba descifrar, lo dejó con vida, deshecho, pero con el aliento suficiente para recordar, que antes del accidente, como un atolondrado salió de su casa en el auto al descubrir a su esposa en la cama con el mejor de sus amigos. Pobre Alejandro, en un chasquido de los dedos, en poco más de un suspiro, en un monótono parpadear, su existencia dejó de ser la de antes para transformarse radicalmente en nada, en un despojo sobre sábanas blancas. Su cuerpo permanecía paralizado, y lo que él denominaba alma, perdida en algún lugar del espacio, al igual que su añorado pasado.
__ ¡Buenos días! --y la sutil voz que lo había acompañado en estos complicados momentos se hizo presente en la habitación.
__ ¿Eres tú? --preguntó con ímpetu Alejandro.
__ ¡Sí, soy yo! --con delicadeza contestó la voz.
__ ¡Déjame verte por favor, ven a mi lado! --suplicó Alejandro desde su posición intentando mover la cabeza.
__ ¡No te muevas, ya estoy aquí! --y la voz se acercó a un lateral de la cama.
__ ¡No te reconozco, pero tu voz me es tan familiar! --dijo Alejandro con los ojos entornados.
__ ¡Soy yo, Ana, tu enfermera, ya no te acuerdas de mí! --dijo la voz.
__ ¿Ana?
                 Y Alejandro no dijo más. Esa voz, esa entrañable y cálida voz lo había acompañado día y noche para que su dolencia fuese menos pesada. --¡Ana, la enfermera Ana, pero y Diana, dónde está Diana!-- Y un escueto y lógico pensamiento se deslizó por la mente de Alejandro.      
      

                   Continuará…………….                     

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