"CONFESIONES DESDE EL TÁLAMO"
CUALQUIER DÍA EN LA VIDA DE ALEJANDRO
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¿Sería factible que en apenas unas horas el cuerpo de su mujer sufriese
una metamorfosis de tal envergadura que
se pudiese comparar con el relato de Kafka? ¿Eso sería posible? Se
cuestionaba Alejandro desde su desventajosa posición. Como era un hombre de
reflexiones profundas debido a su delicado trabajo, en un instante infinitas
ideas surcaron por su cabeza. Ideas locas, desesperadas ideas, ideas
fantasiosas y hasta ideas ficticias, como de cine de ciencia ficción; pero
ninguna de esas ideas fueron racionales, lógicas. No tuvo una sencilla idea,
una idea normal que le indicase que lo que había tocado no era el cuerpo de su
mujer, sino el cuerpo de un hombre, exactamente tocó un pecho plano y velludo;
pero aun así, con lo desatinado de la situación se puso de pie posiblemente por
un acto reflejo.
Desnuda a todo lo largo de la cama su
mujer yacía plácidamente, y a su lado, igualmente desnudo, le acompañaba un hombre.
Un hombre que al ser palpado por Alejandro se incorporó a medias, y con toda
intención este, movió el hombro de Diana para que despertase de una vez y por
todas.
Los ojos de Alejandro no
podían creer lo que estaban viendo, este hombre desnudo que pernoctaba en su
cama junto a su querida mujer no era un extraño. --¡No, no lo es, para nada es un desconocido!-- Es más que un
conocido, es Federico, su amigo de la infancia, el amigo de toda una vida. --¿Qué haces en mi cama Federico?-- La
ingenua pregunta de Alejandro rebotó en cada una de las paredes de la
habitación y regreso nuevamente con el mismo impulso a sus oídos sin obtener
una respuesta. Federico permaneció quieto, inmóvil, intentando hallar la mejor
de las soluciones para escapar del laberinto que se había metido por su propio
deseo y voluntad.
De repente, como un resorte, y
completamente desorientada, Diana dio un salto en la cama. Sus pechos al viento
cual frutos carnosos pusieron a prueba
la paciencia de su marido, que en menos de los que canta un gallo se terminó de
erguir, y ya en posición, y con un magistral giro de su cadera llegó al otro lado
de la cama en la que se hallaba su amada esposa intentando cubrirse las desvergüenzas
con la sábana que se encontraba toda ajada debajo del blanco trasero de su
hasta ahora amigo Federico; pero este a su vez miraba a Diana con insistencia
para que lo sacase de alguna manera de la embarazosa situación.
__
¿Qué es esto, qué es lo que está pasando aquí? --balbuceo Alejandro con un hilo
de voz.
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¡Mi amor, no es, no es………! –Diana no estaba segura si sería prudente concluir
la frase.
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¿No es qué, lo que están viendo mis ojos? ¿Me quieres decir que esto no es más
que un, que un, ….pensamiento retorcido de los míos, y que nada más, nada más, veo,
veo, veo……“fantasmas” donde no los hay? ¡Dime Diana, qué es esto! ¡Dímelo! --y en
esta ocasión el eco de la voz de Alejandro retumbó en toda la casa.
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¡Yo te puedo explicar Alex…! --pero a Federico las fuerzas no le llegaron ni a
la punta de la lengua.
__
¡Tú te callas hijo de la gran, de la gran…., sí, de la gran puta! ¿Qué haces en
la cama con mi mujer, le estás dando un masaje en las cervicales o la estás distrayendo
porque se ha quedado solita y tiene miedo a la oscuridad? ¡Y claro, como eres
mi mejor amigo, te sacrificas por mí y le das consuelo a la pobrecita de mi
mujer que teme a los “fantasmas”! ¡A la mierda, a la mierda los dos!
Pero no pudo continuar, no
pudo más. La estructura ósea de Alejandro se desmoronó en un instante. Sus músculos
perdieron la consistencia de siempre, los ojos se le cristalizaron, y las
manos, sus amplias y poderosas manos, sudaron lágrimas a borbotones. El hombre
había perdido su esencia. De pie, cual despojo ante la cama, miró a su
interior, y este le dijo que no esperase una respuesta coherente, que se
marchase, lejos, bien lejos de allí. Y eso fue lo que hizo nuestro amigo. Tomo
la puerta que lo condujo a la calle, y caminando sin prisa, se perdió entre la desconocida
multitud de aquella alocada mañana.
Continuará…………….
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