CONFESIONES DESDE EL TÁLAMO
" Cualquier día en la vida de Alejandro "
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¿Qué complicada se nos hace la
vida cuando intentamos encontrar algunas de las respuestas perdidas por esos
enrevesados y tortuosos escondrijos de la esencia humana que aunque nos
empeñemos no logramos descifrar? Las mismas respuestas que si saldrían a la luz
más temprano que tarde, nos lamentaríamos de su significado, pero qué más da,
es lo que habíamos estado deseando desde siempre, porque necesitamos escuchar,
si no la verdad, al menos una apasionada y confortable mentira que deje nuestra
alma, si es posible, en calma, y por el mayor tiempo posible. Y esto era lo que
esperaba escuchar nuestro amigo Alejandro. Habían pasado cuatro meses y dos
semanas, y su maltrecho cuerpo aún permanecía en horizontal, sobre la cama del
hospital central, un cuerpo que deseaba respuestas; una, dos, tres, múltiples
respuestas, esperanzadoras respuestas que lo coloquen en la realidad.
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¡Buenos días para el mejor de mis pacientes! --dijo la entrañable voz que desde
hacía un considerable tiempo le acompañaba.
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¡Buenos días Ana, me faltó poco para comenzar a gritar, pensé que me habías
abandonado! --afirmó Alejandro con una sonrisa en los labios.
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¡Comienzo el turno ahora, el tráfico estaba insoportable y poco falto para
llegar tarde!
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¡Debes tener mucho cuidado en la carretera, no quiero perder a mi enfermera
preferida! --contestó Alejandro intentando incorporarse en la cama.
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¡Déjame ayudarte!
Ana tomó el mando, pulsó el
botón que señalaba el símbolo más, y en pocos segundos el cabecero de la cama
terminó por elevarse hasta la posición deseada. Alejandro tuvo la sensación que
parte de su cuerpo levitaba sorpresivamente, y por un momento se sintió
realizado, un hombre liberado de su atadura corporal. A pesar de su incapacidad
y de su desastroso estado, desde hacía algunas semanas había vuelto a sonreír,
y la culpa de ello había sido absolutamente de Ana, la única persona que se
mantuvo a su lado y lo escuchó sin escatimar horas de sueño. Ana, la enfermera
Ana, la amiga, su única confidente, el ser que por algún extraño motivo, y
fuera de su horario laboral, permaneció junto a este hombre sin conocerlo de
nada. Creo que será imposible que Alejandro llegue a olvidar a la enfermera Ana.
Cuando estos hechos
sucedieron, Diana recibió la noticia del accidente de su esposo con cierta indolencia,
y cuentan los que estuvieron presentes, que no derramó ni una sola lágrima al
escuchar los disímiles detalles; pero aun así, se presentó en el hospital de
inmediato. Nada más que la primera semana. Solamente la primera semana Diana
visitó a su marido, y en la siguiente, desapareció como la espuma del mar
después de romper sobre la arena de la playa, y como Alejandro no contaba con
más familiares, exceptuando tíos, primos, y algún que otro pariente lejano
perdido por países lejanos en referencia a él, permaneció sólo, sólo sobre la
blanca sábana del hospital central hasta que llegó su ángel protector, la
enfermera Ana.
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¡Ahora te veo mejor, y si me lo permites, hoy estás especialmente radiante Ana,
o mejor, creo que estás más que eso, sí, estás especialmente hermosa!
--sentenció Alejandro con sinceridad.
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Eres un adulador, ¿y qué es eso de especialmente? ¿Especialmente? ¡Ven, toma
las pastillas, hoy comenzarás la terapia en la piscina con el doctor Federico, así que
hay que ponerse en marcha cuanto antes!
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¿El doctor Federico?
Continuará……………………………………..
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