EL PRIMER AMOR DE LA ABUELA NENA
CAPÍTULO LXVI.
Estuvimos en casa de la tía
Rosaura el tiempo suficiente que lo podía permitir la cordura. La situación estaba
mal para todos. Alimentar una boca era algo así como un milagro en época de
guerra, qué podemos decir del batallón de mujeres que le cayó de manera
sorpresiva a la tía Rosaura. Amparo y sus tres hijas, mi madre, y yo, demasiadas
bocas para un solo techo.
Es que la situación en general
era desesperante, agobiante. Al marchar los hombres al frente el pueblo se detuvo.
Los que tenían algo de animales, de siembra, o algún dinero como la tía Rosaura,
se les fue agotando hasta consumirse con el paso de los meses. ¡Y magia era
imposible de hacer bajo aquella situación! Pero aun así nos quedamos cuatro meses
y algunos días hasta que Amparo, y sus tres hijas, se recuperaron del todo.
Y nuevamente al camino. Mi
madre le dijo a la tía que debía regresar porque en todo este tiempo no habíamos
recibido noticias de mi padre y de mi novio y con toda seguridad alguna carta
se hallaba en casa. Mi madre mintió. La situación en vez de mejorar empeoraba,
y la comunicación por carta, si no era llevada en mano, se podía decir que era
nula, pero no podíamos continuar en casa de la tía, porque terminaríamos ahogándola
del todo, y de esto se dio cuenta mi madre y se lo comunicó a Amparo. La mujer,
que estaba agradecida por todo lo que se había hecho por ella y sus hijas lo
comprendió y fue la primera que se puso en marcha.
Al amanecer del día siguiente tomamos
la guardarraya que conducía al camino real y nos sorprendieron los primeros rayos
de sol ya en movimiento. Mi madre le dejó a la tía una carta dándole las gracias
por todo su esfuerzo, pero también su anillo de oro, el anillo que mi padre le
puso en su dedo cuando se casaron: >>Mi
querida hermana>> De esta manera comenzaba la carta de mi madre. >>Está de más que te diga lo orgullosa
que me siento por lo que has hecho por nosotras, y en especial por Amparo y sus
tres hijas. Eres una mujer……, eres una santa, y seguramente el cielo te
recompensará trayéndote nuevamente a tus hombres a casa, estoy segura que de
esta manera será porque eres un pedazo de pan mí querida hermana y estaría la eternidad
completa para expresarte mi agradecimiento. Te dejo mi anillo, no lo necesito,
véndelo o cámbialo por comida. A mí me quedan algunas joyas, pero tengo a la
mayor de todas que me acompaña siempre, mí Nena, y la hambruna se pasa mejor,
pero tú estás sola. Un abrazo y un beso bien grande para ti mi hermana del alma.
Espero que cuando nos veamos nuevamente la paz sea con nosotros. Que Dios te
acompañe a todas horas>> Mi madre lo escribió en un trozo de papel
cartucho, el que se utiliza para cualquier cosa en la cocina y fuera de ella
cuando la necesidad y la urgencia lo requiere.
Unos minutos antes de partir mí
madre tomó el trozo de papel y un lápiz y dejó estas palabras a la tía. Se lo dejó
encima de la encimera de madera para cuando la tía se levantase en la mañana se
encontrase con él nada más entrar en la cocina. Yo, lo leí, pero no dije nada. Desde
entonces, la imagen de mi madre tomó un valor insospechado para mí. El amor que
sentí por ella en aquel momento fue mayor que el que profesaba por mi propia
vida. ¡Mi madre es única! Pensé. Y como nada podía dejarle a mi tía porque nada
poseía más que mis lánguidas lágrimas. Un torrente de estas se deslizaron
voluntariamente por el papel hasta terminar de bruces con el anillo de bodas de
mi madre. Y allí quedaron como rubrica de amor a ambas mujeres.
Mis queridos nietecitos, cuando llevábamos
una semana de marcha y dos días sin comer nada, salvo algunas rices más amargas
que las entrañas de un condenado, y de beber algún sorbo de agua turbia de la
primera cañada que encontrábamos, divisamos por el camino a un grupo de
personas.
__ ¡Son hombres!
Exclamó la pequeña. Y lo que
quedaba del mundo se nos vino abajo.
Continuará...........................
DISEÑO GRÁFICO: MANDY BLUEE.
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