“LA UBICUIDAD DE LAS PALABRAS”
La palabra. ¿Hasta dónde somos
capaces de llevar su determinante simbolismo? ¿Hasta el infinito?
¡Decididamente puede que sí, pero puede que no también! Dependiendo de las manos
y de las bocas en las que caigan. Una palabra genéticamente hablando es un arma
arrojadiza, peligrosa en extremo y, voluble como adolescente con zapatillas
nuevas. Una escueta palabra puede llegar a tener el poderío de un armamento
nuclear, la transparencia de un beso que se roba bajo un soportal en día de
lluvias, la eficacia de un poderoso narcótico, la ambigüedad de una noche sin
luna, la ineludible sensación de sentir el estómago lleno cuando en realidad no
es más que un espejismo y, todo, o casi todo lo que se intente obtener bajo su
nombre; pero una palabra va más allá de ella misma, es libre, ligera como el
viento que nos golpea la cara al tomar un recodo. Es amplia, extensa, flexible
en intenciones y, en remembranzas. Diría, sin llegar a equivocarme, que es una encantadora
dama expuesta a indiscretas miradas, capaz de entregarse en cuerpo y alma a
quien sepa seducirla con bienhechoras razones.
Una palabra es suficiente para
declarar que necesito estar a tu lado, que no deseo perderte, que los momentos
se eternizan si no estás junto a mí, que las ideas se me agotan y mis pies no
son capaces de andar un centímetro más si dentro de la palabra no estás tú.
¡Amor, convulsión, revelación, vida…….!
Palabra. Esa. Aquella. Palabras
relatadas por equivocación, erróneamente, palabras olvidadas o a destiempo,
pronunciadas palabras en el preciso instantes que no debieron articularse, ocultas
palabras que imaginamos vulgares, escabrosas, melindrosas, ásperas en su consonancia
y asonancia, palabras perfectamente escuchadas y palabras defectuosamente
interpretadas, palabras armónicamente pronunciadas, pesadas palabras, o, palabras
políticamente versadas. Tantas palabras perdidas o apresadas en estériles
folios, que no hay suficientes almas sobre este mundo para domesticar sus designios.
¡Lo que no he podido confirmar
con estadísticas, es si hay más palabras, o pecados sobre la tierra!
Mi adorada palabra, que con
reiteración y alevosía te utilizan de continuo, te enarbolan contra viento y
marea, te menudean hasta la saciedad, ¿cuándo pondrás coto a esta situación?,
depende solamente de ti, porque si en un principio sacases todo ese potencial
que llevas dentro, la historia sería muy diferente. Una historia contada desde
tu punto de vista, personal, sin mediadores ni alquimistas de pacotilla, sin
bufonadas, sin lamedores de nalgas-palabras.
¡Sí, los lamedores de
nalgas-palabras son demasiados y, peligrosos! No diría que son los más belicosos
porque existen varios subgrupos aún peores como los ladronzuelos de palabras;
pero los lamedores de nalgas-palabras son un riesgo en auge, y se hace demasiado
complicada su eliminación. Ahuyentar un lamedor de nalgas-palabras es más embarazoso
que neutralizar un enjambre de moscas sobre un bote de miel.
Por esto, y por más, que
vendría a cuento, pero que no vale la pena mencionar para no alebrestar a los
que poseen derecho de autor sobre algunas palabras, espero, por el bienestar de
las mismas, que se unan en asociación, que se conformen en partidos, que se
hagan indisolubles y, que se apiñen unas sobre otras; para cuando sean
utilizadas despiadadamente, fluyan al exterior como cascada sin control.
Entonces, todas juntas, mostraran su oculta expresión, el lado que hasta ahora
no se ha hecho público.
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