EL SUEÑO DEL PRIMO MANOLO
El primo Manolo persiguió un sueño,
un sueño demasiado costoso para la cantidad de años que tuvo que invertir en el
mismo. Y no es que dicho sueño fuese enrevesado o complicado de efectuar, ¡no!,
es que al hacerse realidad, se le fue con él la vida. Su sueño apenas alcanzó
el año. Un año, y quizás un par de meses más. Se le hizo demasiado grande para
el primo Manolo y no pudo sobrellevarlo, o mejor dicho, su agotado corazón pasó
de una desvirtuada vida o un cúmulo de emociones demasiado complejas de llevar,
y terminó saltando por los aires, repleto de sensaciones y variados olores.
Lo estuvo intentando, su
sueño, desde inmemoriales años, desde que éramos unos críos y jugábamos a ser
adultos entre cigarrillos y algún que otro vaso de ron; aunque he de decir que
el primo Manolo no era amante de los alcoholes, no importaba, yo bebía por él y
por los míos (mis sueños). Manolo, al igual que Ramón, su padre, caminaba con
ese aire y esa prestancia que al hacerlo daba la sensación de comerse el mundo
con cada paso que procuraba, y no es que fuese orgulloso o prepotente su manera
de estar, no lo era para nada; el primo Manolo, al igual que su padre Ramón,
fueron seres de paz, de una afianzada paz que se negaban a cambiar de
revolución, “al andar”, porque podía destrozar sus definidos esquemas.
Juntos pasamos incontables
momentos, y cuál de ellos más emocionante que el anterior. No podría
especificar uno en concreto porque todos lo fueron. Manolo, Amauris, Vicente,
Miguelito, y yo, fuimos en aquellos lejanos años cinco jinetes dentro de un
apocalipsis capaz de arrancar de cuajo el más centrado de los sueños. Todos
intentábamos el soñar, cada uno a su manera y cada uno en correspondencia con
las quimeras que estábamos dispuestos a invertir o arriesgar. Y he de decir que
cada uno de ellos, los sueños, no fueron económicos, al menos en sensaciones y
entrega; pero el primo Manolo no escatimó en costes, y por aquellos ya añejados
años, estuvo a punto de perder la vida en uno.
El ventanal de la abuela One
que daba a la calle, era utilizado por nosotros, por Manolo y por un servidor,
como confortable avión de pasajeros, y cada noche soñábamos que atravesábamos
los cielos encaramados a la ventana para intentar llegar a nuevas tierras con
las ilusiones sobre los hombros. Una noche, cualquiera de las tantas del
verano, a una panda de desarmados no le pareció bien que dos niños jugasen a
soñar con los pies por encima de sus cabezas, y habiéndolo pensado, sacaron sus
navajas y atravesaron de principio a fin la pierna del primo Manolo. Conmigo no
pudieron porque comencé a dar coz cual potro encabritado hasta arrancarle a uno
de ellos la navaja de la mano que con el destello de la luna sobre el metal
resplandecía con igual semejanza a un sable de luz; la recogieron, y lo
intentaron nuevamente, pero como mi perseverancia fue mayor, pensaron que
mañana sería otro día para continuar con la danza macabra.
Manolo descendió de la ventana
lívido como un papel y desorientado cual topo a plena luz del día, me dijo que
iba al baño, al instante me llamó, tardé menos que nada en llegar a él, y al
ver su pantalón desde la ingle hasta la boca del pie como falda al viento, me
quedé pasmado y sin saber qué hacer. Un violento caudal de sangre comenzó a
brotar sin control por su pierna, y el primo Manolo, frío como un témpano de
hielo, intentó decirme algo con las manos. Las palabras no llegaban a brotar de
su garganta, y yo, perdido por la propia situación, lo único que se me ocurrió
fue llamar a la abuela.
Al primo Manolo le dieron
tantos puntos en el cuerpo como estrellas abrigó el cielo la noche en que intentamos
soñar desde lo alto de la venta. Esa noche viajé en su avión con premeditado
destino. Manolo continuó creciendo al igual que sus sueños, un día fueron menos
copiosos, y otro día fueron más reveladores; pero el primo jamás dejó de hacerlo,
y cada vez que los pretendía, los mismos tomaban mayor pujanza hasta
auto-convencerse que bien podía ser Magallanes, el Magallanes del Caribe. Pocos
supieron de aquellos sueños, porque el primo Manolo fue ante todo reservado en
asuntos del corazón, de la razón, y de la volátil imaginación. Yo lo supe
siempre porque éramos mutuos confidentes, y aunque no compartí con él muchos de
ellos, a mí también me apasionaba soñar; pero esta es la historia del primo
Manolo, una persona cauta, firme, lo que se puede llamar reglamentariamente
firme, hasta el punto de llevar sus emociones ocultas por aquello del que
dirán.
Y un día, el ensoñar se le
hizo demasiado grande para continuar ocultándolo dentro de su cicatrizado pecho,
y de tanto prosperar saltó a la luz y terminó escapando. No lo pudo retener. Desorientado,
Manolo vio como un fragmento de sus sueños partió raudo y veloz
por la primera bocacalle que encontró al igual que la totalidad de sus años, y
mi primo, decidió que no podía ser menos, que los momentos, al igual que los
sueños, duran lo justo y necesario hasta inventarnos el siguiente, y fue cuando
se dispuso a cruzar el charco para pretender vivir al menos el penúltimo de
ellos. La única trayectoria posible para alcanzar el sueño escapado se hallaba
plagada de desconciertos y de situaciones suicidas, pero Manolo no se desanimó
y continuó adelante. --¡Lo primero, el
objetivo marcado, y si el camino es angosto y atiborrado de obstáculos, en el
cielo se halla la Virgen vigilante que con toda seguridad me protegerá, o mi
Dios, que no permitiría que a uno de sus hijos lo atropellen!-- Pensó
Manolo, y al parecer tuvo razón, porque pasó por infinidades de dificultades e
impedimentos y terminó rebasándolos.
Llegó a la tierra prometida,
la deseada del 59 para acá por infinidades de hombres, de mujeres, de ancianos,
y por supuesto, de niños y de niñas que un día se preguntaron si podía existir
vida después de la muerte, y Manolo no
pudo ser más feliz, ¡naturalmente!, dejando a un lado el detalle, el pesado
detalle con el cual no contó, consistente en extrañar la tierra en la que se
nace y a las personas que hasta entonces rodearon su ensoñadora vida, los que
quedaron del otro lado, en el charco. Intentó hacerse un futuro, un futuro de esos
que llaman vulgar y materialista, de los que se necesita un trabajo, una casa,
un auto, y si no fuese mucho pedir al cielo protector, también un amor, un amor
que se quedase a su lado hasta el fin de los tiempos; un amor que pudiese convencer
al malogrado sueño para que permaneciese de una vez a su lado.
Nunca es tarde si la dicha es
buena, y no es baladí la sentencia, pero cincuenta y seis años terminan pesando
como una loza en el cuerpo si el mismo se encuentra delicado y fatigado. Las
emociones fuertes, no siempre son buenas, y el primo Manolo pagó por ello un
precio muy alto; pero estoy convencido que el hacerlo no le importó. En apenas
un año cumplió la mayoría de los sueños que se había impuesto a lo largo de su
existencia. Y he de decir a su favor, que la mayoría de los mismos no fueron mastodónticos
o inalcanzables, fueron simples y sencillos sueños, como el despertar frente al
mar o el de satisfacer el estómago con un desconocido aroma. Renovadores
sueños. Liberados sueños. Sueños orgásmicos, y tentadores sueños los que
pretendió el primo Manolo.
No sé si en estos instante residas
junto a la Virgen o al implorado Dios al cual no le dejaste de suplicar que te permitiese
vagar por el mundo a gusto con tu cuerpo y con tu alma, no estoy seguro de ello
porque la mayoría de las veces las divinidades se hacen de la vista gorda o están
donde no deben estar, y al igual que tú, otros tantos seres, angelicales seres,
que vamos amando a lo largo de nuestras vidas, un no determinado día se
volatilizan y dejan de estar. Amo el espíritu, me alimento de sus polaridades,
pero como imperfecto ser carnívoro, necesito de la corta distancia, de los
alientos y de las carnes para ratificar que no estamos solos dentro de nuestra confortante
soledad, y por encima de dioses y de imperantes sistemas, no dejaré de pretender
algún que otro sueño aunque me fuese la vida en ello como al primo Manolo. Y si
no me diese tiempo el alcanzarlo porque sus dimensiones sobrepasasen mi altura,
lo dejaré al viento para que el siguiente soñador lo posesionase.
Querido primo Manolo, no te
diré que en paz descanses porque no puedo desear para ti lo que no me gustaría
para mí, el perderte en la absoluta y aberrante inactividad. Estoy seguro, que
ahora, debes estar enfrascado en un apasionante viaje, de esos que te permiten transitar
sin tener que pedir permisos ni presentar credenciales cada vez que pongas un
pie en inexplorados territorios. Y si en tu vagar, tuvieses el necesario tiempo,
no dejes de visitarme, te estaré esperando con el primero de los sueños.
Para Manolo.
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