“ Agua Milagrosa ” La historia que les quiero contar aconteció hace muchos, pero muchos años, en uno de los más pintorescos y acogedores pueblecitos de la vieja castilla. Su nombre no es relevante, pero para que mi historia adquiera rango de credibilidad, lo aludiré, aunque con esto desvele un secreto que se ha mantenido oculto por algo más de cien años. En la muy ponderada Villa de Escalona, bordeada en uno de sus extremos por el pausado y cristalino río Alberche, vivió un boticario que tenía una hija, como se decía por aquellos tiempos, en edad de merecer, una hermosa y voluptuosa joven que había rebasado la adolescencia y se encontraba en ese fluctuante período, en que la mente pretende imponerse sin éxito sobre el cuerpo, para engañarlo con premeditación y alevosía, aunque el cuerpo, dueño de la situación, no deja lugar a dudas de su poderío
(CAPÍTULO LX) Con sobrada razón Antonio Machado sentenció que realmente el camino no existe, se hace al andar, y dicho espejismo no es otra cosa que estelas en el mar. Y haciendo suya la máxima, mis amantes, nuestros amantes, anduvieron por un no-camino sin despegarse del borde que une la tierra con el mar, no vaya ser que por algún descuido perdiesen el rumbo al andar. Y para no deshacer lo ya dispuesto, anduvieron con sumo tino sin profundizar en las pisadas, dejando con sus pies desnudos desniveles en la arena. Cuando partimos, con rumbo o no definido, el cuerpo se extiende indefinidamente y los sentidos se embotan de perplejidades, lo dice un caminante que después de innúmeros de años ahora se empeña en regresar al punto de partida, y no es que anduviese por la totalidad del espacio exterior, es que en mi perpetuo andar, no me detuve para catar las vides de la vida. Y ahora, al intentar dar más de un paso, los ojos se me inundan
"POEMA EXTRAVIADO" En vilo el cuerpo vacío y de la penumbra entera volvía. Dentro del mundo sentía las ansias que no conocía. Apagándose el árbol habló leves fueron los cantos y en un susurro entró el último que no subió. Seguíale también el río dirigiéndose a los débiles. El médico en desamor cual lince se calmó. Diabólico profeta tenía en noche de plenilunio. La razón siniestra salía de las barbas del infortunio. "CANTO A MI NIÑA" -I- Vuela la cándida torcaza confundiéndose en el tranvía pensando si la seguía el monte con su melaza. Atrás no se quedó el ratón luchando con el viento corriendo ya sin aliento perdido en el montón. Sólo cuando terminó el mago con el conejo sacado del espejo la noche entera minó. Estrellas buscando el pañuelo en la mejilla roseta marcada por la silueta de la bruja con el señuelo. -II- El andarín de las flores
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