" EL PRIMER AMOR DE LA ABUELA NENA " (Capítulo XXIX)






------------------------------------EL MAR (El comienzo )-----------------------------------------


“Mis padres cruzaron el mar en busca de otras tierras, muchos, pero muchos años antes de yo venir al mundo. Cada uno llevaba en sus alforjas un sueño. Sin saberlo, el barco que esperaba en el muelle sería el testigo de su amor en los largos meses de travesía. Mi padre llegó de un pequeño rincón perdido entre las serranías, donde todos sus moradores de alguna forma estaban unidos por lazos de sangre. El mediterráneo bañaba el fértil suelo de la comarca y mi padre hacía brotar de la tierra lo mejor del mundo vegetal y frutal. Era muy joven y de campo, pero con la  mente abierta a todo lo que le viniera encima. Decía que conocía el lenguaje secreto de los pájaros y de todo ser que pisara sus tierras. No era el lenguaje de las palabras, no, era el lenguaje oculto, el que se deja dentro de uno y pocas veces escapa al exterior. ¡Las palabras no dichas! Así lo definía mi padre.

En cambio, mi madre era una hermosa joven nacida en una de las  tantas islas del reino de los reinos. En la adolescencia, se trasladó con sus padres a la península y todo su mundo de isleña fue cambiado por las grandes calzadas adoquinadas de la época, y de esta forma se convirtió en una chica de ciudad. Dejó de ver el mar para contemplar casas y más casas amontonadas unas con otras a lo largo de cada calle. Un paisaje de alguna forma hermoso para los que han nacido en la ciudad, pero mi madre vio la luz en una isla rodeada por el mar. Este recuerdo no lo podía borrar de su memoria, y se prometió así misma, que cuando los elementos confluyeran, volvería cerca del mar. Y fue lo que hizo. Se traslado al puerto con la intención de verlo cada día, pero lo que no sabía mi madre, que esta decisión cambiaría su vida para siempre. Un día estando en la pasarela del puerto, escuchó que un barco zarparía dentro de dos días a tierras nuevas, y no lo pensó. ¡Me marcharé en ese barco de cualquier forma! Fueron sus palabras.

Mi padre siguió su instinto y este le dijo que era hora de mirar más allá del horizonte. Todo lo dejó listo en el campo para que la tierra ese año diera sus frutos, y con su zurrón bajo el brazo siguió el camino que conducía al mar. Por esos años, la mejor forma de viajar de forma rápida y segura, era enrolándose de marinero en cualquier barco que fuera a zarpar. Muchos de los que partían en realidad no eran marineros, simplemente buscaban un sitio en el barco. A la mayoría se les pagaba con el favor de llevarlos a bordo. Otros viajaban simplemente de polizontes. Eran años convulsos en todos los sentidos.

Ese fue mi destino. Mi padre y mi madre, tomaron el mismo barco en la misma dirección, el mismo día y a la misma hora. Mi madre viajaba en tercera clase, y mi padre terminó de pelador de patatas en la cocina. Una semana llevaban de travesía, y el destino no estaba dispuesto aún en unirlos. El viaje prometía ser muy largo y agotador. ¡Todavía quedaba mucha agua por delante!

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