---- "" LOCOS "" ----
--II--
Muchos años más tarde, supe que todos le llamaban “El Chícharo”
porque estaba loco. En esos años, por
falta de café para consumir, se utilizaban los granos de chicharos y se
tostaban para mezclarlos con algo de café. Cuando este proceso no se realizaba
bien, el grano quedaba algo más de lo normal tostado, que significaba, que en
su elaboración, se había quemado; y una persona “tostada” o “tostado”, era una
persona que estaba “loca” o “loco”, y “El Chícharo” para los demás, se había pasado en su cocción.
Entonces se le empezó a decir: “Estás como el chícharo, quemado”.Y desde
entonces fue “El Chicharo”.
“El Chícharo” era un hombre muy delgado y desgarbado, del tamaño
de una de las palmeras de mi isla. Apesar de su aspecto endeble, en su persona
había vitalidad. El color de su piel era oscura, muy oscura, como la noche
cuando la luna no quiere lucir. Su cara pasaba como una cara más entre las
demás, pero sus ojos, se podían decir de ellos, que estaban fuera de cualquier
comparación, eran especiales, de un color intenso como su piel, pero con una
claridad y transparencia nunca antes vista por mí. Ajos negros como azabaches,
sobre un fondo blanco, más blanco que la nieve.
Llevaba encima un
vestuario lleno de parches, donde el color estaba ausente, pero no por
suciedad, sino porque los años habían dejado una huella imposible de borrar. No
tenía un orden establecido en su forma de vestir; para él, estar en su época, era
una quimera, y escenificaba el eclecticismo en toda su expresión. Un caballero
del tiempo.
“El Chícharo” llegaba al parque con un libro bajo el brazo, tomaba posición
en su banco, el de siempre, y dejaba que las horas pasaran sin tener conciencia
de ellas. Yo estuve, desde mi isla, una tarde entera contemplándolo, sin perderme
cada uno de sus movimientos. Oculto en mi posición, de espaldas hacia mí, daba
la impresión, de un apasionado director de orquesta en busca de la perfección.
Leía en voz alta, pero calmada, con la entonación justa para cada pasaje de su
libro, que no siempre era el mismo. Tuve la sensación de que su lectura quería
alcanzar todo el parque, y que la tierra, las flores, los árboles, los pájaros,
las hormigas y yo, éramos sus espectadores. Desde este momento, el parque, mi
parque, no fue el mismo, encontré lo que no estaba buscando, y me llegó por
sorpresa como un regalo, que para mis cortos años no merecía. Cuando supe que
le llamaban “El Chicharo” porque estaba loco, no lo comprendí muy bien. El
hombre que cada tarde del fin de semana me hacía volar con su lectura, y hacía
que las horas fueran diminutos instantes del sábado y el domingo. Mi gran
amigo, el viejo “Chicharo”.
Los juegos dejaron de ser la
razón de mi visita al parque los fines de semana, y mi isla preferida se
transformó en la guarida perfecta para ver y escuchar al Chicharo”. Los
sábados, los libros del “Chícharo” contaban historias de personajes que hasta ese momento
eran desconocidas por mí, de protagonistas que de alguna forma alcanzaban su
realización y su fin. Seres que el
destino los enfrentaba con una prueba difícil que tenían que superar. Los
domingos las historias cambiaban. Cada párrafo de la lectura bien podía ser una
reflexión sobre todo lo que tenemos a nuestro alrededor. Lo más grande y
pequeño de nuestro mundo se tomaban de la mano para contar su historia
personal. Cualquier cosa tenía su importancia.
Sin darme cuenta pasaron
algunos años, y si no recuerdo mal, solamente dos fines de semanas dejé de
asistir al parque, y solamente esos dos fines de semanas no escuché desde mi
isla, las lecturas que hacía “El Chicharo”. Las veces que falté, fueron ajenas
a mi voluntad. La primera, porque mis padres me arrastraron a casa de mis
primos en una de esas visitas obligadas. La segunda, porque en uno de los
deberes del colegio, en redacción, escribí sobre un niño que su sombra dejó de
marchar detrás de él, para convertirse en su amiga en cada momento del día.
Esto me costó, el internamiento todo un fin de semana.
El profesor llamó a mi madre
para saber si en la familia había algún antecedente de..........., ya sabe........,
pero mi madre contestó--¡Imposible, usted no sabe lo que dice!—y el maestro enrojecido,
le sugirió con mucho tacto, que podía ser el comienzo de un desequilibrio
emocional. Mi madre regresó a casa como una “loca” y le dijo a mi padre: ¡Creo
que hay que llevarlo a un psiquiatra, se está volviendo loco!
Continuará............................................
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