ROSA Y EL TAXISTA (capítulo 5-6-7-8)


                                                    

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                 Esta brutal paliza que Ramón le propinó a la inocente Rosa fue la primera pero no la última. El taxista comenzó a pernoctar en casa de Rosa con mayor asiduidad. Por un lado lo hizo porque al contribuir con los gastos de la casa y Rosa estar embarazada, se sentía con el derecho de comer, dormir, y practicarle el sexo a Rosa las veces que a él le bajara el deseo o después de agotar varias botellas de licor. La otra razón era la mujer de Ramón, pero esto Rosa no lo supo hasta que fue demasiado tarde. La mujer de Ramón formaba parte de la maldita lista de mujeres y amantes. Y como parte de la lista también fue diana de los maltratos del macho de las calles. La pobre mujer comenzaba a estar harta de las palizas y las infidelidades de su marido. Muchos años llevaba “aguantándolo” y por su cabeza pasó la idea de terminar con el suplicio. Ella no era más que otra victima del influjo y reflujo del abominable ser del asfalto. Aconsejada por los vecinos y sus amigos, la mujer de Ramón estaba planeando marcharse bien lejos de allí para que nunca más mirar a su cara. ¡En esta ocasión iba en serio!
                 Esto sería un golpe terrible para el macho poderoso que no se podía permitir un acto de esta magnitud. Por esta razón cuando su mujer lo abandonó tomó sus cosas y se fue a vivir a casa de Rosa. Lo de vivir en casa de Rosa no fue más que una falacia, porque Ramón iba a dormir cuando le daba la gana. Muchas noches se quedaba en su casa con alguna victima encontrada por cualquier rincón de la ciudad y otras simplemente dormía solo porque sí. Rosa pasó de la categoría de amante a la categoría de mujer ilegítima del taxista Ramón, aunque nunca se casaron. Mi amiga del balcón estaba pletórica. El hombre de su vida de alguna manera estaba a su lado y juntos se enfrentarían al nacimiento del fruto de su amor. Ella recibía las palizas, lloraba, y se preguntaba por qué. Ramón se marchaba y al cabo de algunos días regresaba como si nada hubiera pasado. Ella lo perdonaba y pensaba que en esta ocasión todo sería diferente. ¡Pudiera ser que la inexperiencia le jugó una mala partida a nuestras amiga Rosa!
                 En la siguiente noche plena borrachera Ramón llegó belicoso. Rosa nada más verlo se puso las manos sobre su vientre y le dijo con voz delicada pero segura-- ¡Por favor Ramón, no! ¡En la barriga no!—No llegó a terminar la frase, partió sobre ella y la golpeó por todo el cuerpo. Una sola patada fue suficiente para que Rosa abortara. Esta vez no necesitó el taxis para llegar al hospital. Sobre la cama en que Rosa intentaba sentirse amada por Ramón tuvo a su bebé, una niña. Llegó antes de tiempo y con una malformación para el resto de su vida. ¡Rosa alumbró una niña con la misma cara que su padre! ¡El zapato de Ramón quedó marcado en el vientre de Rosa para siempre! 


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                 La pequeña portaba una incapacidad del setenta por ciento. Todos los indicios señalaban que la niña no llevaría un desarrollo normal. Rosa estaba feliz con su hija. Ramón la miraba desde la distancia y no quería saber nada de ella. --¡No es mi hija, estoy seguro, yo no hago hijos deformes como esta cosa, ve voy!—Le contestó a Rosa con un pie en la calle. Por este motivo se marchó con sus cosas una vez más y desapareció. Estoy seguro que fue el motivo fundamental y no los remordimientos, porque con su actuación diaria el taxista Ramón demostraba que él no experimentaba ninguna especie de sentimiento de culpabilidad respecto a lo ocurrido. ¡Ramón era todo un macho y los machos no se arrepienten de nada!
                El parte médico señalaba que el neonato había sufrido una serie de traumatismos durante su desarrollo embrional. Por otra parte Rosa fue llevada al hospital con una abundante hemorragia que no se podía contener. El abdomen de Rosa revelaba un extenso hematoma extrañamente parecido a una posible huella de un zapato. Lo que pasó como sabrán fue ocultado por toda la familia para no imputar al verdadero culpable que no era otro que Ramón. Mi amiga después de esto continuaba amándolo como si nada hubiera pasado, con la misma intensidad y pasión que la primera vez que se entregó en cuerpo y alma al taxista; pero la ceguera puede conducir al abismo, y este a la perdición. ¡Rosa tomó una decisión que tuvo que soportar el resto de su vida!
                Después del parto nada fue igual en la vida de Rosa. Tuvo que abandonar los estudios para poder mantener a su hija porque Ramón desapareció, digo desapareció porque ni la familia de Rosa ni ella misma sabían absolutamente nada respecto al taxista. Ramón llegaba, fornicaba y repartía paliza. Aunque el orden bien poco le importaba. En muchas ocasiones repartía palizas, bebía, y “dormía la mona” hasta  la mañana siguiente. De cualquier manera esta era la situación de mi amiga y no le quedaba otro camino.
                Encontrar trabajo era muy complicado para una chica casi adolescente que no tenía ningún tipo de preparación. Anduvo media capital y nada. Otra dificultad fue que su familia no estaba dispuesta a cuidar de su hija mientras buscaba trabajo, y en el caso de que lo encontrara mucho menos. Hablé con mi abuela y ella estuvo dispuesta a cuidar de la niña mientras que Rosa se pateaba la ciudad. Por un comentario de mi padre a la hora de comer supe que su empresa necesitaba una mujer para la limpieza, le comenté lo de Rosa, se pusieron de acuerdo y mi amiga encontró al menos un trabajo para mantenerse ella y su hija.


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                 Mi abuela cuidó de la hija de Rosa para que pudiese trabajar y de esta manera mantenerse las dos. Encontrar a una persona que se hiciese cargo de un bebé sin una recompensa económica era una labor casi imposible de lograr en los tiempos que corrían. Por otra parte la pequeña tenía una minusvalía considerable que requería de unos cuidados adicionales y Rosa sabía que mi abuela era la persona indicada. Ella sabía que su bebé estaría en las mejores manos del mundo.
                 A Rosa por fuerza no le quedó más remedio que madurar muy de prisa. Una etapa de su vida fue borrada para que su hija pudiese tener un futuro más esperanzador. ¡Trabajó, trabajó horas y más horas para que a la niña no le faltase de nada! Llegaba agotada. En muchas ocasiones después de más de doce horas seguidas continuaba trabajando para ganar algo más de dinero. Pero el cansancio no pudo con Rosa, porque al llegar a casa y encontrarse con la carita de su ángel, todos sus males se esfumaban instantáneamente de su cuerpo y su alma. ¡Rosa resistió contra viento y marea por su hija!
                 La niña cumplió su primer añito de vida y Rosa se lo celebró a pesar de los criterios y opiniones de sus familiares. La madre de Rosa decía que no era posible celebrar un cumple años desde la cama. La pequeña no se incorporaba en su cuna. Tenía una movilidad reducida. Su cabecita colgaba y no se sostenía por sus propios medios. Únicamente movía de manera descoordinada los brazos y las piernas. Los hermanos de Rosa consideraban una locura la idea de Rosa y no estaban dispuestos a que otras miradas entrasen en sus intimidades para contemplar despavoridos a su sobrina.
                 Rosa lloró. Rosa no sabía que hacer. Rosa sentía que la vida no había sido justa con ella. El peso de las responsabilidades y las decisiones le golpeó sin consideración en su bamboleante existencia, pero no se desanimó, continuó adelante con su idea. Me contó que deseaba festejar el primer añito de vida de su niña y que a su familia no le parecía que fuese una buena idea. Hablé con mi abuela y decidimos celebrar la fiesta en mi casa. Mi abuela se encargaría de todo. Rosa no sabía cómo agradecerle a mi abuela lo que estaba haciendo por ella y su hija. ¡La niña tuvo aunque a muchos no le gustase una fiesta de cumpleaños!

                 Pasaron siete largos años para Rosa y su hija. Una noche calurosa de verano Rosa estaba sentada en el balcón en su sillón de balancín. En su regazo acunaba a su hija mientras le cantaba una canción. Esta de más contarles que desde el mío contemplaba la escena como si lo que me llegaba a mis ojos no fuese otra cosa que una hermosa revelación. La imagen de Rosa con su hija en brazos la guardo en mi retina como una sublime remembranza.
                 La noche estuvo en calma hasta que el sonido de un claxon rompió el silencio. Rosa con la mirada buscó  el eco por toda la calle, y al llegar a los bajos de su balcón se encontró con un taxi que esperaba con el motor en marcha y la puerta abierta.


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                 Rosa como una loca dejó a la pequeña en la cuna y bajó las escaleras de su casa en dirección a la calle. En la entrada la esperaba Ramón con un puñado de flores en la mano. Rosa se le tiró al cuello y lo beso sin control. Lo inundó de caricias. Lo respiró profundamente para asegurarse que era Ramón y no otro el que estaba ante ella. Habían pasado siete interminables años y Rosa deseaba recuperar en un segundo a su amor, al padre de su querida hija, al hombre que la hizo mujer. ¡No se podía creer que tuviese a Ramón tan cerca!
                 Él no dijo nada. Extendió el brazo y le entregó a Rosa las flores que después del efusivo saludo se habían deformado, pero esto a mi amiga no le importó para nada; lo importante era la presencia de Ramón. --¡Te he extrañado mucho! – Estas palabras las escuché desde mi balcón y la sangre se me heló. Ramón después de siete años sin aparecer llegó a la puerta de Rosa con un puñado de flores marchitas en la mano y le dijo que la había extrañado mucho todo este tiempo. ¿Siete años extrañando?
                 La triste y dolora historia de amor volvió a empezar. Él estaba seguro que Rosa al igual que su familia lo recibiría con los brazos abiertos. Y sí fue. Ramón una vez más comenzó a vivir con Rosa como si nada hubiese pasado, y Rosa borró de su memoria los pasados recuerdos que no le valían para nada. Una vez más Rosa se entregó en cuerpo y alma al hombre de su vida, y una vez más el hombre de su vida reaccionó como lo que era; un degenerado que posiblemente no se merecía el haber nacido. No tuvo que pasar mucho tiempo, no, en la segunda semana de convivencia el mal nacido de Ramón comenzó con las palizas. Se escucharon gritos, lamentos, patadas, objetos contra la pared, el llanto ahogado de la pequeña, y las suplicas de Rosa entre estertores de súplicas. ¡La madre y los hermanos de Rosa  mantuvieron callados todo el tiempo!
                 --¡Esta vez no!-- Me dije, y llamé a la policía. Ramón fue a la comisaría y Rosa al hospital con su hija. En esta circunstancia la mayoría de los golpes fueron a parar al diminuto cuerpecito de Laura; la hija de Rosa y Ramón. El super-macho no se podía permitir tener una hija deforme. --¡Suponiendo que fuese mi hija, que lo dudo, la tara viene de la mierda de familia que tiene la puta de su madre!-- Así piensa Ramón y así lo grita a los cuatro vientos. --¡Que todos se enteren de una vez que esta desgraciada de mujer no vale ni para fornicar, y que toda su parentela cambiada por mierda se pierde la botella!-- De esta manera terminaba Ramón las ofensas hacia Rosa y su silenciosa familia.
                 Lo contradictorio de esta historia  radica únicamente en mi amiga. Rosa no se decidía a denunciar a Ramón. ¡A estas alturas dudaba si era amor o miedo lo que sentía! ¿Qué debía pasar para que dejase a un lado su ceguera y pusiese orden en su vida? ¡No lo sé, pero el pensar me da miedo!

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