"EL ELEGIDO"



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                    Agitaba las manos a diestra y siniestra en sus discursos. Daba la impresión de atrapar moscas al vuelo. El tiempo siguió amontonándose a sus espaldas, y las horas se hacían largas y pesadas al final de cada día; pero él continuaba murmurando palabras ininteligibles, que por demás estaban gastadas de tanta repetición. A su modo de ver las cosas, la reiteración producía una apariencia de letargo placentero, donde las palabras escuchadas se transformaban en pequeñas campanitas tintineantes, y su sonido se convertía en verdades absolutas. El Elegido no estaba satisfecho, deseaba más; pero desde su mundo interior esta verdad no era tal verdad.
                 Un buen día, rompiendo con su cotidiana costumbre se paró sobre su anquilosada conciencia y se dijo --¡Para qué esperar la llegada de la verdad, mejor será provocarla, así encontraré la claridad! – se lo repetía una y otra vez, hasta el convencimiento. Necesitaba la verdad fuera de esquematismos absurdos e ingenuos. La necesitaba para justificar la incomprensión de los mortales que son todos unos descreídos. Fue cuando se iluminó y vio la luz. Él era la verdad, la única y absoluta verdad

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