Palabras a una esposa desvelada.


                          
                 Hoy, sábado primero de marzo, a las seis y treinta y cinco minutos de la mañana y en la penumbra de nuestra habitación, mi esposa, de repente y sin preparación previa me lanzó una reflexión. Yo me hallaba en esos instantes en que aún uno no llega a ser persona porque la soñolencia nos invade los sentidos, y la voluntad, al igual que los motivos, debemos encontrarlos entre las caóticas sábanas que a estas altura no tienen principio ni fin; si normalmente me cuesta encontrar el norte, qué puedo esperar en estas intempestivas horas en que mi orientación permanece dormitando. En esta eclosión del amanecer, en este amodorramiento de los músculos, en esta incertidumbre de si me levanto para correr o si directamente me pongo a escribir, o en estos complicados instantes en que mis variadas personalidades luchan en mi interior para ver cuál de ellas rige mis próximas horas, mi amada, mi señora esposa, hace este razonamiento: “¡Imaginas que despiertas en un hospital y el médico te informa que te quedan horas de vida, minutos, pero que tienes la posibilidad de hacer tres llamadas para despedirte antes de partir! ¿A quién llamarías tú mi amor?” En realidad mi amor no me lo dijo, pero me hubiese gustado escucharlo de sus labios, porque después de lanzar semejante bomba contra mis desencajadas neuronas, qué menos se puede esperar ante una pregunta que se mire por donde se mire encierra una trampa.
                 ¿A qué tres personas llamaríamos? Pues, no lo sé. Lo primero que me vino a la cabeza fue no hacer las llamadas. Soy de la opinión que no está bien molestar a nadie para informarle que nos vamos a morir. Esto fue lo que pensé en el primer instante, inmediatamente, comencé a ver la luz dentro de la oscuridad de la propia habitación. --¡Creo que llamaría a tres personas, hijos o hijas, de su cortesana madre, para decirles todo el mal que han hecho! ¡Es lo que pienso!-- Fue lo que le dije a mi esposa, y automáticamente desaté la furia de los mares y de los andes. --¡No se te puede hacer una pregunta, siempre respondes atacando y no es más que una pregunta!-- Me contestó con una expresión característica en ella, sí, aunque no viese su rostro, yo sé el que pone hasta con los ojos cerrados. En estas circunstancias se le desatan los demonios, en el mejor sentido del verbo, y la simple y sencilla pregunta se convierte en un desafío para la relación conyugal. --¡Es que mi amor…….!-- Le respondí, bueno, en realidad no le dije mi amor, que es lo que le hubiese gustado escuchar a ella, pero me conozco, y mi temperamento se posesiona de la razón y en una danza macabra comienzan a hacer el amor a la manera de los bajos instintos; naturalmente, el genio siempre somete la voluntad de la razón. --¡Si quieres escuchar que llamaría a tres seres queridos pues te quedarás con las ganas, porque si me voy a morir, no los llamaría para darles una mala noticia, ya se enterarán, y ya me llorarán de la manera que mejor les plazca los que decidan derramar una lágrima por mí!-- Y concluí. --¡Contigo no se puede, te hago una pregunta y la tomas conmigo! ¡Yo no te llamaría, porque sabes los sentimientos que tengo hacía tí!-- Me respondió mi esposa con una tranquilidad pasmosa. -- ¡Está bien tu razonamiento, pero creo que si en todos estos años no les he dejado claro a los seres queridos que los amos, creo que ahora es demasiado tarde para hacerlo!-- Le recalqué. --¡No tiene que ser para decirles que los amas, puede ser para darle un consejo, para aclarar asuntos del pasado! ¡Por ejemplo, si yo tuviese problemas con mi hermana, que no es así, porque ella es una santa, puede que la llame para dejar claras las cosas por mi parte!-- Afirmó mi amada esposa. --¡Perderías el poco tiempo que te queda! ¡Seguramente tu hermana lloraría al escuchar tu voz y te pediría perdón, o tú a ella, pero nada más, con los años todo olvidado y la llamada quedaría en saco roto! ¡Si en todos estos años, es un ejemplo como bien dices, tú hermana no ha sido comprensiva, diáfana, perceptiva, o abierta al amor y a los sentimientos de consanguinidad! ¿Ahora sí? ¿Y por qué? ¿Por qué te vas a morir? ¡A la mierda con las preguntas y con lo que piensan los demás de nosotros!-- Hice una pausa porque la necesitaba. --¡Pero lo más triste es que con toda seguridad lo hará, te escuchará, te dará la  bendición  y la razón porque te vas a morir, y en estos momentos de lamentable pérdida los que se marchan son buenos, y los que se quedan por adoctrinamiento deben ser tolerantes con los que ya no estarán! ¡Mierda, a mí que me quieran en vida, y si soy un degenerado lo seguiré siendo donde quiera que me encuentre! ¡Hipocresía, falsedad! ¿Por qué pretendemos ser buenos antes de morir, y por qué los demás nos tienen que perdonar ante la llegada de la muerte, no ven que no es más que apariencia, fingimiento? ¡Uno es bueno desde siempre, malo, o corrompido, aunque estemos a punto de estirar la pala; la vida es un cúmulo de errores que debemos llevarnos con nosotros hasta la tumba para ser perfeccionados en el más allá o el más acá, y así poder reencarnar en lo que sea! ¡Eso de descansar en paz no está bien, los que descansan en paz son los que en vida no fueron más que vegetales, y sus conciencias dogmáticas son orientadas a un espacio demasiado infantil y almibarado! ¡Yo, llamaría a algunos de los dinosaurios dictadores que aún se mantienen con vida para cantarles las cuarenta, pero pensándolo mejor, para qué, perdería el poco tiempo que me queda!-- Le contesté enfatizando. --¡No me entiendes, es una manera de saber lo que piensas, cuáles son tus preferencias, cómo……….!-- Y se calló, no pronunció una siguiente palabra.
                 Mi esposa se levantó y se marchó. A los pocos minutos lo hice yo. Un aplastante silencio quedó flotando en el ambiente. No hubo respuesta por mi parte. Por la de ella tampoco. Ninguno de los dos sabíamos a quién llamar en el hipotético caso de fallecimiento para hacer esas tres malditas elecciones que te condicionan de una u otra manera. Aunque creo que ella sí llamaría, es decir, ocuparía esta oportunidad porque su pensamiento es más estructurado que el mío, yo soy voluble y excesivamente intuitivo, me guío por mis constantes vitales que de por sí varían con el estado del tiempo; hacer las llamadas en condiciones extremas sería una especie de aberración para la persona que le toque escuchar. Mi lengua viaja más de prisa que mi pensamiento en estado normal, cercano a la muerte, no estaría en condiciones de responder por ella, porque desataría en esas tres llamadas un cataclismo, que provocaría con toda seguridad mi muerte antes de tiempo; los que en esos instantes estuviesen a mi lado me estrangularían sin lugar a dudas con sus propias manos.
                 Soy de la opinión que el sentido de la pregunta no es el posible caso de la pronta defunción o de los problemas o conflictos que debamos dejar despejados, sino descifrar la reacción que podamos tomar ante una situación inesperada y al límite. Algo así como una especie de encuesta para cuadricular aún más nuestro pensamiento, que de por sí, ya es incoherente. No estoy seguro si llamaría o no, pero no le doy la mayor importancia. Con el simple hecho de pensarlo me vienen a la cabeza las personas amadas, pero no deseo ponerles un orden o número; ya lo he dicho, no me gusta molestar en horarios intempestivos a los demás, así que no llamaré, me quedaré pensando en cómo retornar. Y cuando pasen unos diez años regresaré para darles la sorpresa. ¡Creo que me lo agradecerán, porque es mejor una presencia que una trasnochada voz cercana a la expiración!
                 Pero mi amor, como lo deseas, y lo esperas, te responderé: En primer lugar de llamaría a ti, aunque tú también conoces mis sentimientos, pero si te hace feliz, no seré yo el que no te haga la llamada. En segundo lugar llamaría a mis hijos, a los tres al mismo tiempo, para que se compenetren con el auricular y me canten el happy birthday al unísono. Y en tercera posición llamaría, y no me creerás pero lo haré, al señor Hyde que llevo dentro para decirle que no me abandone en estos delicados momentos.
                 Cuando estas palabras estaban cercanas a su conclusión, el teléfono se escuchó. Pasado unos minutos volvió a repetir su secuencia sonora, pero no tuve el valor de tomarlo, porque no estoy para escuchar intencionadas frases.   





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