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Mostrando entradas de enero, 2015

“A UN MILÍMETRO DE LA NADA”

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Esta sensación que albergo quiere invadirme las entrañas. Me eleva, me lanza por los aires y en mil doscientos pedazos deshace mi piel. Son días de pequeñeces, de enturbiados sentimientos que tienden a desvanecerse en mis intimidades. ¿Y qué puedo hacer si ya no soy el mismo? ¡No lo soy! No puedo serlo porque los inviernos son más largos y las primaveras son ahora lejanos recuerdos de vidas pasadas. Una partícula, un átomo de polvo que retoza en la alborada de mis enclaustradas  emociones  son estos intentos. Pero, no dejaré de amar, no lo haré. Si lo hiciese, juro por estas ansias que como un devoto enamorado moriría en el intento.

¡A IMAGEN Y SEMEJANZA!

                                                               ¿Es realmente lo que deseamos para nuestros hijos? ¿Que sean a imagen y semejanza nuestra? Si de esta manera pensásemos, estaríamos todos irremediablemente perdidos; primeramente los infelices infantes, por intentar ser una burda copia de nuestras imperfecciones y, a continuación, nosotros mismos, por creernos que los estamos educando con positivos valores. Si así fuese, el problema podría tener solución si nos diésemos cuenta a tiempo y lo atajásemos con resuelta rotundidad. ¿Pero si no fuese más que una intencionada desazón hacia lo diferente, lo extraño, lo no enmarcado en nuestros agarrotados patrones de conducta? ¡No daré más rodeos, iré directamente a la costra! Lo que llamamos comúnmente “envidia dura y cochina”. Esto, ya serían palabras mayores.                  Intentar criar a un hijo es complicado, a dos, una tempestad; pero tres, es una generosa cantidad que se asemeja considerablemente a una odisea. Cua

“LA UBICUIDAD DE LAS PALABRAS”

                                                      La palabra. ¿Hasta dónde somos capaces de llevar su determinante simbolismo? ¿Hasta el infinito? ¡Decididamente puede que sí, pero puede que no también! Dependiendo de las manos y de las bocas en las que caigan. Una palabra genéticamente hablando es un arma arrojadiza, peligrosa en extremo y, voluble como adolescente con zapatillas nuevas. Una escueta palabra puede llegar a tener el poderío de un armamento nuclear, la transparencia de un beso que se roba bajo un soportal en día de lluvias, la eficacia de un poderoso narcótico, la ambigüedad de una noche sin luna, la ineludible sensación de sentir el estómago lleno cuando en realidad no es más que un espejismo y, todo, o casi todo lo que se intente obtener bajo su nombre; pero una palabra va más allá de ella misma, es libre, ligera como el viento que nos golpea la cara al tomar un recodo. Es amplia, extensa, flexible en intenciones y, en remembranzas. Diría, sin llegar a equivo