¡A IMAGEN Y SEMEJANZA!

                                             

                 ¿Es realmente lo que deseamos para nuestros hijos? ¿Que sean a imagen y semejanza nuestra? Si de esta manera pensásemos, estaríamos todos irremediablemente perdidos; primeramente los infelices infantes, por intentar ser una burda copia de nuestras imperfecciones y, a continuación, nosotros mismos, por creernos que los estamos educando con positivos valores. Si así fuese, el problema podría tener solución si nos diésemos cuenta a tiempo y lo atajásemos con resuelta rotundidad. ¿Pero si no fuese más que una intencionada desazón hacia lo diferente, lo extraño, lo no enmarcado en nuestros agarrotados patrones de conducta? ¡No daré más rodeos, iré directamente a la costra! Lo que llamamos comúnmente “envidia dura y cochina”. Esto, ya serían palabras mayores.
                 Intentar criar a un hijo es complicado, a dos, una tempestad; pero tres, es una generosa cantidad que se asemeja considerablemente a una odisea. Cuando la lista supera este conjunto la bombilla roja se ilumina, y no nos queda más remedio que visitar a un especialista en esta materia. Si el especialista fuese como yo, casi mejor, psicoanalista y a la vez argentino, un binomio estupendo para padres y madres que no saben qué hacer con tantas aptitudes y actitudes de sus hijos. Niños, y niñas, perdidos en una jungla escolar que está dispuesta a engullirlos si no son capaces de razonar con humanidad y coherencia; porque al final de cada experiencia salimos con la conclusión de que cada uno de nuestros hijos poco tiene que ver con el anterior, y es cuando nos inunda la desazón de, ¿lo habremos hecho bien?
                 Como dije con anterioridad, si lo que nos inunda es una pesadumbre porque vemos, notamos, vislumbramos con nuestra escasa luz que el hijo, o la hija de los demás padres tiene notorias e indiscutibles capacidades para una u otra cosa, irremediablemente nada se puede hacer. Eso sí, como experimentado terapeuta de la Patagonia no aconsejo, pero jamás, que se produzca una “competencia”, porque la parte afectada, en este caso, la que adolece, sufriría rotundamente, al percibir que la parte competente sí es apta, y que ella, no. Y es cuando irremisiblemente caería en una estática pataleta que puede llegar a durarle una eternidad, convirtiéndose en una dolencia asintomática para dicha persona afectada, pero demoledora para el resto de la humanidad que tendrá que soportar ingratitudes y mala-crianzas sin beberla ni comerla.
                 Queridos y bien ponderados progenitores, lo que nuestros hijos sean en el mañana dependerá en un alto porcentaje de nuestros aciertos, pero también de nuestros errores. Seremos los responsables de sus actos. Que no nos quepa la menor duda.
                 Si nuestros brazos no son capaces de alcanzar el cielo porque son escasos o se hallan a gusto sobre la tierra, ¿por qué cuestionamos que otros brazos lleguen a palparlo? Sería una lamentable injusticia por nuestra parte si lo hiciésemos. La primera y última lección que debemos tener siempre en cuenta es bien sencilla: intentar ser buenas personas. Es fundamental para la crianza de nuestros hijos y para nuestra propia auto-estima. Ser buenas personas de acción y no de verbo. Lo demás son complementos que se irán incorporando con la suma de los días. Una placentera magnanimidad nos debe inundar a todas horas.
                 Seguramente estarán pensando, ¿qué es lo que dice este chiflado?, y no me cabe la menor duda que tendrán su lógica al hacerlo; pero como parte integrante de este creación, como un elemento más del universo --elemento pensante-- deseo rodearme de las mejores energías. Una tierra, un país, colmado de buenas energías, es un espacio mejor, donde los niños y las niñas de hoy, son la esperanza para un mañana mejor.
                  Como bien dice la Abuela Nena: ¡A quien le valga el sayo, que se lo ponga!   

  


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