"HISTORIAS ESPIRITUALES": VIRTUOSISMO

       Esta historia que les voy a contar la escuché por vez primera cuando tenía entre diez y doce años, quizás algunos más, no lo sé. Lo que estoy seguro, es que hasta mucho después no supe el significado de todo aquello. Un días antes de terminar el mes, para ser exacto, dos días antes, mi tío-abuelo paterno hacía acto de presencia en casa para tener la visita obligada y de costumbre con mi abuelo y la familia. Cada uno esperaba la fecha con pasión, con la misma intensidad de la primera vez. El abuelo tenía las historias violentas y crudas que había escuchado o vivido cuando hacía la función de algo parecido a corresponsal de guerra en los países que él escogió por propia voluntad. El tío era algo más espiritual, siempre sus historias tenían que ver con los sentidos, las emociones, y los sentimientos encontrados en un plano algo más superior.
       El tío nunca llegó a formar una familia, no tuvo descendencia y no se le conoció relación alguna en todos estos años, tampoco en la familia era de mayor importancia con quién se acostaba el tío. Lo que sí le preocupaba a mi abuelo era la pesada soledad que llevaba el tío en los hombros. Fueron siete hermanos con mi abuelo y mi tío, y solamente los dos quedaban en pie para seguir contando las historias que hicieron de ellos uno solo. Desde niño el tío se inclinó por la música, y mi abuelo por la aventura y los viajes. Comenzó desde muy pequeño el aprendizaje del piano, se podía decir que lo dominaba con virtuosismo, sabiendo que los clásicos eran su debilidad. Cuando esto sucedió, la primera guerra mundial hacía estrago en todo el país, y mi abuelo con todos los hermanos, dejaron los estudios para ayudar en la economía de la casa e intentar sobrevivir de alguna forma.
       Dejar el piano para empezar en una fábrica no fue la mejor idea. En los últimos días de la semana, mi tío-abuelo practicaba con sus dedos sobre la prensa moldeadora y antes de concluir la sinfonía que soñaba,  su mano derecha dejó de tener tres dedos. Sé terminó el piano, su vida, y todos los sueños que deseaba realizar. No sería concertista, pero tampoco dejaría su cuerpo al abandono y la depresión. Tomó la decisión de vivir solo y ayudar a cualquier persona como si fuera un ser muy cercano. Posiblemente todo esto hizo de mi tío-abuelo una persona muy particular.                            Desde muy pequeño quise ser pintor y dejaba mi huella en cada sitio y pared que descubría por vez primera. La casa de mi tío no fue una excepción, y en cada visita con mi abuelo, el tío dejaba correr mi imaginación. Hasta  que un día, desde mi madurez de enano, se me ocurrió, que el piano sería una buena pizarra y fui en su conquista. Hasta aquí llegó la benevolencia de mi tío, y me prohibió el paso a la habitación donde estaba el piano, pero mi constancia fue mayor para lograr mi objetivo, encontré la forma de  llegar hasta el saloncillo donde estaba el piano. Un día, cuando mi tío estaba en la cocina con el abuelo haciendo el café, entré al salón y fui directamente al piano, y con una cuchara para mezclar el café con el azúcar, tallé en la parte posterior del piano lo que podía ser la mano de mi tío-abuelo con la ausencia de sus dedos. Esto lo mantuve en secreto, tanto, que con los años dejó de estar presente.
       El día que mi tío-abuelo venía a casa, todo mi mundo se paralizaba y dejaba de existir para escuchar las historias de mis abuelos. Una de las que recuerdo con mayor claridad fue la que contó el tío antes de comenzar el invierno. Mi tío guardaba con mucho celo, el piano que utilizaba antes de perder los dedos de su mano derecha. Después del accidente, nunca más levantó la tapa del piano para ver sus teclas polvorientas.
       Como no tenía familia, volcó toda su energía en rodearse de amigos y vecinos. Alguna que otra tarde venía a  su casa un amigo con su hija pequeña, de unos cinco año más o menos. La niña tenía un cierto retazo en el habla, y su padre sabía que a la pequeña le gustaba ir a casa de mi tío por la cantidad de juguetes y por las historias que mi tío le contaba. Una tarde mi tío y el padre de la niña estaban debatiendo sobre la situación del país, a la vez que la niña jugaba por el suelo de la habitación con los muñecos de colores. Sin decir palabra, porque la pequeña articulaba bien poco, se levantó en un impulso y fue directo al piano. El padre la siguió con la intención de detenerla, pero mi tío se lo impidió. Llegó al piano, se sentó en la silla y giró en círculo hasta llegar con sus manos a la altura de las teclas. Levantó la tapa, y comenzó a tocar. La pieza la sabía con exactitud, de memoria, con la seguridad de un profesional que había invertido muchas horas para llegar a tal virtuosismos. Todos quedaron en silencio. El padre y mi tío, mi abuelo y yo, que escuchábamos la historia sin apenas respirar. La historia parecía que estaba sucediendo en este momento y que todos eramos testigos.
       Mi tío tragó en seco y le preguntó al amigo:
__ ¡Toca muy bien! ¡Al parecer hace algún tiempo que da clases de piano!
__ ¡Nunca antes había puesto sus manos sobre un teclado! ¡Es la primera vez!
__ ¡No pude ser, es una pieza muy compleja para su edad! ¡Sus manos no tienen el tamaño ideal para que sus dedos alcancen todas las notas! ¡No puede ser!
      Fue lo último que pudo decir mi tío-abuelo antes de caer de rodillas y de un golpe al suelo. La melodía le había puesto patas arriba los recuerdos. No puede ser que tenga conciencia de lo que había hecho. Fue hasta la niña, y de la forma más dulce pasándole la mano por la cabeza le dijo al padre:
__ ¡Seguramente la madre o algún familiar la han llevado a clases de piano con un buen maestro!
__ ¡Franz Liszt!--dijo la niña.
__ ¿Qué has dicho por favor?--preguntó mi tío.
__ ¡Sonata en Si menor de Franz Liszt!--repitió la niña y no dijo nada más.
       Esta fue una de las historias que dejó sin habla a todos los que la estábamos escuchando. La niña y su padre no fueron más a casa de mi tío-abuelo, y mi tío, con el tiempo regaló el piano. Seguramente pensó que el destino del piano no estaba en su casa, que debía llegar a otras manos. No tuvo más noticias de la pequeña y su talento, pero por las noticias musicales, sabíamos que no existía la posibilidad de que en la actualidad fuera una gran concertista.
       Nadie encontró una explicación a todo esto, pero creo que no fue lo más importante. El abuelo y mi tío dejaron este mundo y partieron hace algunos años. Yo dejé el país y me marché a Europa hace muchos años, y si no fuera por lo que me sucedió este verano, esta historia no estaría tan fresca en la memoria. Por alguna coincidencia me invitaron a la inauguración de un café-bar en la parte vieja de la ciudad, y como no tenía nada que hacer le dije a los amigos que asistiría.
       El local era pequeño pero dividido en dos plantas. La superior donde estaba la barra del local y una especie de sótano donde los invitados tenían una mayor intimidad. Yo estaba en la planta superior con los amigos. Las voces se mezclaban cada vez más relajadas y todo transcurría con normalidad. De un impulso, las voces dejaron de ser potentes y el silencio dio paso a la calma. Todos, escuchamos la melodía pausada que llegaba desde el sótano. Tenía algún recuerdo de lo que llegaba a mis oídos, pero no estaba seguro. Fui por las escaleras hasta llegar a la planta baja. Al fondo del local y en una esquina, un hombre, de algo más de cuarenta años estaba sentado al piano y sus manos se deslizaban con un especial virtuosismo por cada una de las notas de su teclado. Era una imagen hermosa y relajada.
       Llegaba a mis oídos una melodía en tonos menores. Fui hasta donde estaba un grupo de personas y les pregunté quién era el pianista.
__ ¡No sabemos, pero es la Sonata en Sí menor de Franz Liszt!


       La noche fue larga, pero el pianista solamente tocó esta composición. Algo más de la media noche los invitados se fueron marchando. La inauguración había sido un éxito. Todos poco a poco subían las escaleras entre risas y murmullos. Sin darme cuenta estaba en el centro, solo, frente al piano y al silencio de la estancia que hacía el momento único. No lo pensé, y fui hasta la parte de atrás del piano y metí mi cabeza entre el fondo del piano y la pared. Estaba la mano tallada en la madera, pero no tuve valor de ver si estaban los dedos. 
       
  

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