“EL CANTANTE”
PUBLICACIÓN:(Sesenta y
seis)
Siguió un poco más adelante y allí estaba en
la puerta y con letras grandes y brillantes, Yma Sumac; debajo una estrella, y
más alejado el nombre de Isolda. ¡La he encontrado gracias a Dios! ¡Es un
regalo del cielo!
Una simple puerta lo separaba
de su sueño. Debía darse prisa para no ser descubierto. --¡Estarán muy pronto
aquí los admiradores y los amigos que vendrán a felicitarla!-- Es lo que con toda
seguridad sucedería. Al golpear la puerta se abrió --¡Señorita Yma Sumac soy
Juan Benito, y soy el cantante de la iglesia que está en la calle Murallas 89,
muy cerca de este teatro!-- Pero no recibió respuesta -- ¡Estoy aquí para
pedirle con todo respeto........! Miro por la puerta entreabierta y en el
camerino no había nadie --¿Puedo pasar señorita Yma?—No obtuvo contestación
alguna.
El camerino estaba desierto. Solamente
el vestuario de Isolda descansaba sobre el vestidor. Encima del diván, algunas
ropas desordenas dejaban ver, esta vez, las intimidades de Yma Sumac. Todo
indicaba que se marchó de prisa, seguramente para no encontrarse con el público
que tanto la admiraba. Sobre la mesita que separa el tocador del recibidor una
estampita de un santo. Esto le gusto enormemente a Juan Benito. Yma Sumac era
devota con él. Ahora sabía que los dos tenían algo en común. Miró al santo pero
no lo conocía, nunca antes lo había visto. Era difícil que un santo o una
virgen se le escaparan a Juan. Desde niño estuvo rodeado de ellos. ¡Hasta de
los que se comentaba habían hecho algún milagro, y aún no estaban beatificados!
Pero Juan sabía desde sus adentro que eran unos santos.
Cogió la estampita y se la metió
en el bolsillo del saco --¡Tengo que encontrarla!—No podía quedarse sin ver a
Yma. Eran muchas las coincidencias que apuntaban que los dos estaban unidos por
algo especial o divino. El destino lo llevo a presenciar las últimas funciones
de Yma Sumac, sin saber que eran las definitivas. Por otro lado, ambos eran
cantantes y a ambos les movía la fe en dios. Y por último, conocer la historia
y el nombre del santo que no tenía el gusto de conocer. Y por todo esto debía
encontrar a Yma --¡No podía ser una simple y vulgar coincidencia!-- Se decía
con toda convicción.
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